Me contaba mi madre que, después de casada, se instaló con mi padre en una habitación con derecho a cocina. No quiero ni pensar los rifirrafes que se producirían en dicha casa a la hora de cocinar o ir al retrete. Luego, en Valencia, lo único que encontraron fue una barraca, en pleno campo y lejos de lejos de la civilización. Al caer la húmeda noche, el ambiente se llenaba de ruidos y ella permanecía atenazada por el miedo, hasta que llegaba mi padre, después de una agotadora jornada.
Acabada la Guerra Civil, la situación económica fue muy difícil, por la autarquía y el aislamiento. Era tal la necesidad que, hasta EEUU, nos enviaba queso para las familias y leche en polvo, para beber en las escuelas. Faltaba de todo, pero uno de los problemas más serios era disponer de un techo para fundar un hogar y llevar una vida digna.
El cine era como un barómetro de la miseria. Berlanga lo refleja en ‘El Pisito’, entre el humor y la tragedia. En ella, López Vázquez, es inducido por su esposa –Mari Carrillo– a casarse con una vieja para que, cuando esta muriera, se quedara con el piso. El problema es que la vieja, a pesar de los achaques, no la diñaba y exigía vida marital.
En el mismo plano de precariedad, ‘Plácido’ y su batalla familiar y judicial para no perder el ‘Isocarro’ con el que repartía cestas de Navidad y otros enseres. Muy amarga, ‘El cochecito’ de Marco Ferreri (el de la Grand Bouffet) donde el inconsciente Pepe Isbert envenena a su familia para poder comprar un cochecito de inválido (sic). ‘Los Jueves Milagro’; ‘Bienvenido Mr. Marshall’; ‘La Muerte de un Ciclista’; ‘El Verdugo’; ‘Pascual Duarte’ y hasta ‘La Colmena’ constituyen un tipo de cine que nada tiene que envidiar al neorrealismo italiano. Pero sucede que, en España, no se soportan los valores ajenos y vamos dejando pasar la existencia entre el rencor y la bilis.
Sin ir más lejos, La Leyenda Negra no la escribieron los ingleses. Se la regalamos nosotros. En principio, el secretario de Estado de Felipe II, Antonio Pérez, despechado por la pérdida de confianza ante el monarca.
Volviendo a la vivienda, el problema es peor que nunca. Algunos jóvenes respetuosos, lo soportan; otros a las bravas, saltándose unas leyes contemporizadoras. Será difícil escapar de esta vorágine.
Pero el cine actual es estupidizante y cierra los ojos a una realidad insostenible. ‘Ladrón de Bicicletas’ –de Vitorio De Sica– desencadenó una tragedia. Pero la ambición no tiene límites y hoy resulta más fácil usurpar una Constitución, unas Instituciones o un Estado, que encontrar un cuchitril donde malgastar la vida.