15/01/2025
 Actualizado a 15/01/2025
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Podría haber sido peor, lo reconozco, pero tampoco tengo nada que agradecerle al destino después de haber despedido el 2024 con un resfriado de caballo y el termómetro marcando casi 39 grados de fiebre. Y digo que podría haber sido peor porque, pese a ello, impregnado por el espíritu navideño, saqué fuerzas de flaqueza para acudir la mañana de Nochevieja junto con mi abuela –a sus 90 años recién cumplidos– y el resto de mi familia a disfrutar entre estornudos de la gala internacional del festival ‘León Vive la Magia’, que se ha convertido cada año en mi cita más importante con la ilusión y que nunca defrauda. 

No obstante, pese a lo que espera cualquier persona de un 31 de diciembre, mi cuerpo no estaba ese día en condiciones de disfrutar. Por eso, agonizando, entre una comida familiar de amigo invisible y una visita exprés para brindar con mis amigos en la parroquia del bar Derby y jurar fidelidad a nuestro pastor Santiago, dije adiós al 2024 sin encontrar las fuerzas suficientes para, como mandan los cánones, decirle hola a 2025 disfrutando de una fiesta de Nochevieja. «Una retirada a tiempo es una victoria», pensé. Sin embargo, iluso de mí, escribo estas líneas dos semanas después intentando quitar aún la tos y la mucosidad de una gripe mal curada...

En todo caso, el inicio del nuevo año podría haber sido peor, así que evitaré seguir lamentándome en este espacio para no asumir el riesgo de que me llamen llorón pese a que no podemos olvidar que de quejarse también vive muy bien más de uno. Intento no ser de esos, así que me morderé la lengua y obviaré la furia que pensaba dedicar a esta columna de que cada vez me resulta más difícil encontrar un sitio de aparcamiento en la zona azul del centro de la ciudad de León con el anhelo de poder vivir en un futuro inexistente con el privilegio de un concejal. 

La verdad es que, pensándolo bien, no he empezado tan mal el 2025, aunque mentiría si negase que mis años ya transcurren entre la espera de un ‘Resurrection Fest’ y otro. Dejando a un lado que enero ha comenzado con dolores de rodilla –para variar– en un año en el que se avecinan los treinta, hay que saber valorar lo positivo que trae el nuevo año trae debajo del brazo más allá de la desgana generalizada por volver a la rutina tras la Navidad y tener que subir la temida cuesta, esa que nos lleva a pagar un café al precio que nos costaba una Coca-Cola hace cuatro años. Pero no todo es malo en enero, porque yo siempre estoy pendiente de la cuenta atrás para el inicio del Europeo o el Mundial de balonmano (que ayer se puso a cero), para las mejores fiestas de invierno (las de San Vicente en Bercianos del Páramo) y para todo lo que se viene a la hora de disfrutar de este 2025.

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