En muchísimos pueblos de esta provincia existe la leyenda de ‘la cueva del moro’, o ‘de la mora’, en algunos casos. Da igual en que comarca busquemos, porque en todas ellas, desde Tierra de Campos hasta el Bierzo o la Cabrera, hay pueblos, (a veces varios), en que te cuentan la película del moro, o de la mora, que enterró un inmenso tesoro en lo más profundo de la tierra, supongo que esperando tiempos mejores. Son, como digo, casi idénticos los cuentos. A mi me hace mucha ilusión, porque significa que, ¡por fin!, en esta provincia todos tenemos algo en común, a parte de la neciura que nos caracteriza y que nos impuso el mote por el que nos conocen en toda España.
Los moros, para el imaginario popular, poseían montones de dinero y de joyas...; tanto, que no sabían que hacer con ellos y los escondían. No es verdad, ¡claro!, porque el dinero siempre y en todas las culturas, lo tienen cuatro y se encargan muy bien de disfrutar de él. El resto de la población, tanto en la Córdoba califal como en el León medieval, a verlas venir. Pero sí: me produce cariño haber escuchado la leyenda en muchos lugares de nuestra provincia. Lo malo es que la gente se lo creía de verdad porque la miseria que soportaban tenía que ser atroz y pensar en ella y en su hallazgo les daba esperanza. Se sentirían talmente igual que los miserables que cruzaron el océano para buscar en las selvas americanas el mito de ‘El Dorado’.
Todo esto viene a cuento porque en la tertulia del domingo por la mañana algún iluminado afirmó que la ‘Quebrantada’ de Vegas se formo fruto de un corrimiento de tierra y no porque los romanos, ¡otros que tal!, buscasen oro en la ladera del monte. Uno se sublevó (más que por otra cosa por darle un poco de vidilla al asunto discutidor), y dijo que tenía claro que los ingenieros romanos buscaron oro aquí como hicieron en las Médulas. Y también dijo que según Eutimio Martino, que de esto sabe un huevo, en la provincia se pueden encontrar seis ‘Médulas’ más, repartidas de septentrión a meridión; es cierto que son más pequeñas que las originales, pero también lo es que los romanos buscaron el oro hasta debajo de las piedras, nunca mejor dicho y que la mina berciana fue, sin discusión, la mayor de Europa y de la que más ‘colorao’ se extrajo. Pero, sobre todo, no se puede ni comparar una formación nacida de un argayo con una producida por el agua del ‘Molino de la griega’, esencial para encontrar el dichoso oro.
Los gallegos, nuestros vecinos del occidente, presumen de mitos y de leyendas, que tienen por cientos. Hacen bien, porque es cierto que las tienen a patadas y que algunas son bien hermosas. Pero, también tenéis que reconocerlo, sus juntaletras las han asumido como propias y aparecen en cientos de libros de gente tan importante como Valle-Inclán, Cunqueiro, Fernández Flórez, Rosalía de Castro, Celso Emilio Ferreiro y un montón de gente más, todos ellos de división de honor en esto de escribir. Aquí, por el contrario, nunca les hemos dado el pábulo que merecen y muchos de nuestros escritores ni las mencionan en sus obras. Hasta que, ¡por fin!, Joaquín Alegre, junto a la flor y nata de nuestros juntaletras, consiguió publicar el libro ‘Leyendas de León’. Es, como dije, un libro coral y es, además, la mejor aproximación para conocer, sentir y gozar nuestras leyendas, que no tienen nada que envidiar a las de nuestros vecinos: desde la que cuenta la batalla de Carlomagno con los moros a la vera del Cea en el plantío de Sahagún, hasta la que no dice como se formó el lago Ausente, en la montaña del Porma, por el impacto de un meteorito.
Las leyendas y los cuentos siempre fueron orales y los recitaban las abuelas, por la noche, cuando íbamos a la cama o nos tumbábamos en el escaño de la cocina en las noches en que asomarse al corral o a la calle era sinónimo de pulmonía. Nos las contaban en la noches eternas del invierno, en los filandones improvisados al lado de la lumbre. Por desgracia apenas quedan abuelas y abuelos que hagan esta función esencial, porque perder los cuentos y las leyendas de la tierra de uno es perder nuestras raíces, nuestra forma de ser y de vivir.
Por eso quiero reivindicar los cuentos de la cueva del moro, o de la mora; de los fantasmas que andaban sueltos por la calle; de la vieja del monte; de los paseos que se metía Cristo por la tierra, solo o acompañado por San Pedro para ver como andaba el ganado; del caballo del Rey que huyó a la montaña cuando aquel cayó muerto en la batalla y que repobló todo el valle de Reyero de animales más listos que el hambre y más valientes que el más valiente de los guerreros; de la Pícara Justina, la mujer soldado que perdió la vida por pararse a jugar a los bolos en la Cándana de Curueño, como el más plantado de los hombres; de la Virgen de Fombasallá, en el Burbia, que hacía milagros sin parar para proteger a sus devotos... Podría seguir y no parar hasta llenar más de una página, pero me parece que es suficiente para que os deis cuenta que en esta tierra nuestra los cuentos y las leyendas son cientos y todos hermosos, límpidos, morales y muy, muy interesantes siempre. En toda la literatura universal, sólo hay otro pueblo que puede presumir de igualar o superar a los nuestros: Rusia y su acerbo cultural milenario.... No os los recomiendo leer, por ahora, no sea que se os marque con un estigma por ser pro-rusos.
Salud y anarquía.