Avanza este mes a caballo de un tren de borrascas que va camino de pulverizar récords. Aún no ha finalizado, pero ya se confirma que ha sido el marzo más lluvioso desde que existen registros. Sus temperaturas tampoco han sido las habituales de la época. No parece que la primavera haya comenzado hace días. Algo no está funcionando de forma correcta.
Si estas anomalías se deben a un cambio climático, como llevan años advirtiendo los científicos, o a un programa de manipulación del clima, según algunas teorías conspiratorias, resulta irrelevante. En ambos casos son consecuencia de la actividad humana. Tal vez el problema de fondo es esa percepción que algunas personas tienen de la naturaleza con todos sus integrantes. Los consideran meros objetos, instrumentos que se pueden modificar, destruir o utilizar al gusto con el fin de obtener el mayor beneficio.
Somos unos habitantes más del planeta, no sus dueños. Creerse seres superiores, con la capacidad de arrasar con los recursos y espacios naturales con total impunidad, puede ser un error demasiado caro.
No perdamos de vista que nuestra supervivencia, salud y calidad de vida depende en gran medida de lo que comemos, bebemos y respiramos.
Así lo entiende el millar de personas que se manifestó este pasado sábado, día mundial del agua, en Valladolid, para mostrar su rechazo a las macrogranjas y plantas de biogás. Son habitantes de zonas rurales de Castilla y León en las que se pretenden instalar estas construcciones. No quieren ver contaminado el aire que llega a sus pulmones ni el agua de sus acuíferos.
Tampoco alimentarse del producto de las tierras impregnadas de los deshechos procedentes de las mismas que se pueden calificar de insalubres.
Una de sus reivindicaciones es que sus localidades no deben ser convertidas en basureros.
La rentabilidad de esos negocios es directamente proporcional al impacto negativo que causan. Y me pregunto de qué sirve tener los bolsillos repletos en un planeta inhabitable.