11/05/2024
 Actualizado a 11/05/2024
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Allí estaba ella, sinuosa, expectante, desinhibida y ofrecida, aunque con más discreción que aquella descarada listilla , que con sus promesas engañosas, malogró la paz de los primeros arrendatarios del Paraíso. Porque por mucho que digan que Eva fue la tentadora, el fatal desenlace no se habría perpetrado sin la indecorosa presencia de aquella serpientona metomentodo.

Pero mi serpientina, la que yo vi en las inmediaciones del Bernesga a su paso por León, se había situado en un lugar estratégico. Aparentemente oculta, pero dispuesta a reinar enseñoreándose en plena escalera, las que dan acceso, a la altura de la bolera, al paseo que pespuntea la orilla del río Bernesga. 

Era, según deduje por la imágenes que me sirvió Google, comparando pieles y tamaños, una culebra de escalera. Aunque la pobre, en su abandono silencioso, no aparecía muy lúcida al no exhibir colores vistosos a competir con el despampanante sol de mediodía. Tampoco parecía muy pudorosa, mira que estar ahí tan repanchingada, sin ningún recado ni remilgo, en un acceso tan transitado. Sin duda alguna que tanto destape ha llegado incluso al reino animal de los reptiles, cuestión que aunque era obvia –eso de dejar las mudas por cualquier rincón– se acentuaba en la culebrina que descubrieron mis ojos, allí agazapada y que en un principio pensé, sería ilusión óptica posible fruto del agotamiento tras una larga carrera. 

Es curioso que no optara por resguardarse más y se exhibiera a los ojos de los que por allí transitáramos semiplegada sobre sí misma pero formando un perfecto ángulo de noventa grados en connivencia con el escalón que la custodiaba sin mucho éxito. Su silueta, pese al color tierra que podía mimetizarla, era perfectamente divisible a simple vista.

Pero su presencia, pecaminosa, si acudimos a fuentes bíblicas, no fue apreciada por los variopintos transeúntes que usaban ajenos la escalera. Desde lo alto de la misma, un anciano tomavistas de ojillos picaruelos, acechaba a un grupo de jóvenes corredoras pensando, acaso en pasados tiempos de lances y conquistas. Al pie, en un banco contiguo, una pareja de adolescentes desentendidos del horario escolar, estrenaban sus labios tímidos sobre un alfombrado tierno de margaritas y cerca de ellos al pie de la escalera de bajada a un inframundo, un desheredado apuraba el primer cartón de veneno de la jornada.

Y la culebrina tan cerca ¿acaso sería venenosa?, ¿debía avisar a alguien para que se deshicieran de ella? Al fin opté por tomarle una única foto con el propósito de identificarla posteriormente. 

Allí quedó, no era cuestión de molestarla. Al fin y al cabo gracias a ella salió adelante la columna que hoy les regalo.

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