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La Cultural ha dejado de funcionar (o eso parece)

12/02/2024
 Actualizado a 12/02/2024
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Con lo que sucede en el mundo, te sientes extraño hablando del fútbol. Pero quizás también el fútbol es necesario: para algunos, una manera de escapar de la realidad real. Una burbuja. No soy futbolero, pero acudí desde niño a aquel estadio entrañable y destartalado. Al frío feroz de las gradas de hormigón. Fuimos felices entonces, instalados en una cómoda mediocridad.

Tanto tiempo después, la vida de la Cultural parece alejada de aquel tiempo de viento helador y perfume de farias. Las gradas tumultuosas, los marcadores dardo. Hay una cierta opulencia, en comparación, que se extiende sobre El Reino, este estadio un poco lujoso, lujosísimo, si pensamos en el pasado, sobre la visera que contiene los vientos y sobre los focos orondos. Otro nivel.

Por eso, los que tenemos ese caparazón de los años, quisiéramos volver al éxito, aunque sólo fuera por esta ciudad, doliente tantas veces, tan victimista como a ratos somnolienta, escéptica hasta el hartazgo, incluso de sí misma, de tanto sufrir los vapuleos de la historia. Querríamos una sacudida hermosa, no la del olvido, sino la del triunfo. Y en el fútbol se vio esa posibilidad, ese breve ascenso, ahora pienso que casi milagroso, y la forma tan inexplicable de perderlo, como si admitiéramos que no podemos aguantar mucho en los umbrales del paraíso. 

Este año ha marcado diferencias. Por alguna razón, la gente vio una rendija por la que se colaba un viento favorable. Buenos jugadores llegaron en verano, un entrenador con vocación de continuidad, templado y en posesión, al parecer, de fórmulas novedosas para combatir en una división nada amable. Poseedor, también, de buenas artes de persuasión, que se traducen en el deseo infinito de ganar y ganar y volver a ganar, y cosas así. Se amasó ahí una voluntad decidida por regresar al éxito, a sabiendas de que el presupuesto no llega a lo que debería, porque hay grandes bien alimentados en esta recién inventada Primera Federación, clubes también con su historia.

Si pensamos en la Cultural que estuvo a punto de borrarse del mapa, o casi, con esta que cumple ahora los cien años con solvencia, no hay color. Pero uno siempre quiere más. La inversión que vino de lejos prometía tanto que, ahora, se nos queda pequeña. El fútbol es caro y despiadado. Y, con todo, este año se dio una comunión especial entre aficionados y club, como si hubiera un ansia desmedida de renovación, y la promesa de sacar partido al más mínimo atisbo de triunfo, a la mínima posibilidad de cambiar las cosas. 

El regreso a la competición en la segunda vuelta empieza a ser decepcionante. Hablo con algunos que se temen lo peor. Un desplome como el del año pasado, sin ir más lejos. Una caída lenta pero segura en la ineficacia goleadora. En la levedad del ataque. «Se veía venir», dicen. Porque la producción no ha sido mucha en la, sin embargo, exitosa primera vuelta. Ayudó el hecho de no recibir demasiado castigo, con una defensa ordenada y resolutiva. Pero el gol es el gol. Sin él, las posibilidades se reducen mucho. 

Han llegado don jóvenes muy interesantes, es cierto. Fabio, por ejemplo, necesita concretar el inmenso potencial que se adivina en su juego. Lleva el impulso hasta el área, hace cosas que otros no hacen, pero, una vez allí, nos falta el golpe final. No se encuentra el camino en el laberinto. Hay un déficit rematador insoportable. Bilbao también promete tardes animadas, pero quizás eso no puede suceder de un día para otro. 

Llona, que, en efecto, parece un entrenador con gran futuro en la casa, dejó caer no hace mucho que hay algo, puede que inexplicable, que impide aumentar la productividad. Algo que no se ha dado, que no se ha logrado adivinar. La tecla. Así se suele decir: dar con la tecla. Lo mismo le decían a Imanol Idiakez en el Deportivo. Tenía mimbres, pero no componía un entramado que funcionara. Para desesperación de los aficionados. Durante la primera vuelta, el entrenador del Deportivo, presumiblemente el mejor equipo, que debería ganar sin despeinarse, se mantuvo en una posición gris, en mitad de la tabla, incluso por debajo de ella. Se disparó la ansiedad entre la media de 25.000 almas que acuden a Riazor. El aire de frustración. 

El mercado de invierno, aunque envuelto en dudas, parece haber traído al Deportivo todo aquello que en la primera vuelta no encontraba. Basta con darse un paseo por esa activa web que sólo habla del Depor, riazor.org, para darse cuenta del camino infernal por el que han transitado durante meses. Pero, más que el mercado invernal, de pronto, la cantera impuso su ley frente a nombres de tronío, que habían llegado como descarte de equipos mayores, en el final de su carrera. Gente como Mella se hizo con galones, junto a Yeremay, Ochoa, y, ahora, Barbero. Lo que parecía un salto en el vacío para las mentes más conservadoras se convirtió en la solución. Hablo del Deportivo porque es un equipo de referencia, y porque conozco bien su entorno y las debilidades por las que ha transitado. El pasado domingo ganaba en Logroño 0-5. Las goleadas son raras, lo sé, pero ¿cuánto tiempo hace que no vemos aquí algo así? Hay un instante en el que se debe subrayar con vehemencia (y con goles) el ansia de triunfo, la voluntad de vencer.

En cualquier caso, ante nuestra peligrosa levedad goleadora, bastaría con marcar un gol más que los contrarios. No conviene la euforia (sí esa nueva alegría de la afición, por qué no), pero tampoco viene bien alimentar una sensación de equipo que ha de sufrir lo indecible cada día para ganar: no hace mucho que el Depor miraba a sus rivales con estupefacción. Pero no dejaron de creer en que, tarde o temprano, harían notar la importancia de su nombre. Nosotros, con una historia más modesta, pero con historia, al fin y al cabo, no deberíamos renunciar a ello. Las metas cortas (ganar en casa, hacer fuera lo que se pueda) terminan provocando que las cañas se vuelvan lanzas: empatas en casa y pierdes fuera por la mínima. 

Ojalá la falta de funcionamiento de la Cultural (combina bien, pero ya concede goles y apenas marca) sea algo pasajero. Sabemos lo de las rachas y todo eso. Lo malo es si la racha empieza a enquistarse. Caminar sobre el alambre de los empates (cuando se logran), raquíticos en su expresión, te acabará expulsando del pelotón de cabeza. Empieza a atisbarse, y ojalá no se cumpla. La calidad de pie que algunos muestran debe dar paso a la eficacia, la asignatura pendiente. La intensidad debe devenir en sentimiento de superioridad. El momento de la Liga es crítico, el peor posible, porque no puedes flojear justo cuando otros empiezan a encontrar la senda del triunfo. 

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