Una lluvia calma impregna el pueblo esta noche a pecho descubierto. Fría como lagartos. En su cuarto transcurren horas de barato tic-tac. Una dosis de gritos tras la apnea. Chueca, Chueca y un resuello prieto de estación de metro madrileño empinada con escaleras en desuso, averiadas. Chueca, Chueca o quince años de desmedida aventura en la lejanía. Nada o bastante o casi de iPod, CD, escáner, impresora o libro electrónico o apenas colibríes o Silvio Rodríguez con la escultura del Premio Leteo 2021 en mano emocionante más chaqueta consistente regalada, según próximos a mí, y visera en la recientísima claridad del recuerdo o rosa de Alejandría o blanca de leche creciendo, creciendo alegre entre geranios solventes más madres pan junto con un móvil de última generación ahorcado en aquel pueblo apartadizo, sin cobertura ni escuela ni consultorio médico, aquel pueblo abandonado a su suerte, con el furgón panadero dos veces por semana junto con otro con variados alimentos, incluido congelados.
¿De dónde Chueca? ¿De dónde Zerolo? Este otoño que añora más que nunca el oxígeno puro de los gallineros blancos, secos y pastosos. Este otoño con la pandemia bajando mientras detesta la mordida criminalmente mortal de los lobos durante la mudez nocturna y la protección oficial emanante en despachos de madera noble. Los labradores tristes de los pueblos tristes caídos en el abandono cubierto por la maleza que cubre las tumbas abandonadas de los muertos y sus lágrimas secas en sus ojos cosidos con celindas para siempre. Con celindas y mal aspecto y terribles gestos, obedeciendo la voluntad de cánidos entrenados incomprensiblemente para el acabamiento final. Sin saber cómo varios y oscuros dédalos la trasladan por calles custodiadas por árboles soltando pasado y nombres: ¿De dónde Chueca? ¿De dónde Zerolo? Solicita con urgencia que en el futuro la vuelvan a saludar con zarzuelas de Federico Chueca en cualquier sitio del Barrio de Chueca. Que depositen en ella la bondad combativa o reivindicativa de Zerolo en la Plaza de Pedro Zerolo, su propia, mejor, compartida plaza, con antelación llamada Plaza de Bilbao, seguida por Plaza Ruíz Zorrilla, otra vez Plaza de Bilbao y más tarde Plaza Vázquez de Mella. Absténganse, ruega, los contrarios al rizoso y carismático concejal madrileño del PSOE, líder de LGBT (Lesbianas, Gais, Bisexuales y Transgénero) cuyo arco iris ondea en numerosas viviendas de esta plaza que celebra por todo lo alto el día del orgullo gai, en la cual también levanta la trapa con buen humor cada mañana el televisivo cocinero Chicote, pero no hurguemos más en las vidas ajenas cuyos pies pisan su renovado asfalto. Por este exitoso, pintoresco, concurridísimo barrio no hace tantos años donde mucho caminó, insisto, este activista de larga trayectoria, Pedro Javier González Zerolo, destacado colaborador del cura católico Enrique de Castro en proyectos dirigidos a las personas más vulnerables de los barrios marginales madrileños. «Aquí tus ojos y vendrá la muerte», como escribió Cesare Pavese y seguro que a él lo emocionó cuando el páncreas a diario se negaba a asistirlo. Aquí tus ojos, Zerolo, a los que alcanzó la muerte, prosiguen expectantes. Aquí una lluvia impetuosa impregna Madrid, señalan los noticiarios, pero no cala ni apaga el volcán canario de La Palma, signo de debilidad humana, que lanza su queja irremisible por los cuatro costados hasta el mar. Tan sólo nos ofrece párpados ennegrecidos y el corto, oscuro saber de los hombres sobre la gramática desolada de la destrucción. Hasta el silencio pesa. El éxodo también. Hoy es la única palabra existente.
De Chueca a Zerolo
15/10/2021
Actualizado a
15/10/2021
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