
De tragos y tragaderas
04/09/2018
Actualizado a
15/09/2019
Comentarios
Guardar
No se puede decir que en Ponferrada seamos de gaznate seco, porque la crianza aprende a mullirlo bien en colecciones de encuentros que van dejando su tufillo por doquier. No hay esquina sin su impertinente botella rota o vaso vacío, al lado de un par de servilletas, porque mojar la garganta no quiere decir dejar de lado las buenas costumbres de limpieza labial. Cada fin de semana sumamos botellones y la afición empieza a ser complicada de frenar. Casi treinta en el último parte policial. La botella se hace fuerte en edades en las que la libertad de cantar por la calle se une a la cárcel de un teléfono móvil que no deja de chirriar canciones obscenas que, a más tacos, más duro de pelar hace al que las regala en alto. Beber y compartir esas melodías, que lo de conversar desde el furtivismo está casi vetado, es el fin de esos encuentros a escondidas que ponen la piel de gallina al escuchar una sirena policial. Se han convertido en el necesario empujón de adrenalina de cada fin de semana para aquellos a los que la testosterona les marca el paso, pero con daños colaterales que tal vez es el momento de comenzar a medir. Vomitonas bajo palio, botellas que no han luchado tan siquiera por seguir la ruta hacia los contenedores, incontinencia que acaba perfumando de orín la puerta de los garajes y, si el pis es inaguantable, incluso la de los portales menos arropados. Y la pobreza de la limpieza, como la de la vida, llama a más pobreza, con lo que nos hemos convertido en un vertedero suspensivo que a ratos se asoma en forma de mugre o de olor ingratamente duradero. Lejos de asentar prejuicios de abuela cebolleta, no estaría mal dar ideas y ofrecer otra botella a los que llegan para que vean que cultivar una sed inexistente no es el único plan de salida. Solo dibujar sueños propios y poder tener puertas para desarrollarlos puede librarnos de tanto trago y tragaderas.
Lo más leído