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Decididamente, esto está cambiando

27/09/2024
 Actualizado a 27/09/2024
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La pandemia fue, quizás, la situación traumática que lo precipitó, el catalizador que cambió nuestro tiempo. Pero ya venía de antes.

Lentamente los pueblos, por comodidad y mejor servicio para una población que envejece y no se renueva, se habían vaciado camino de las ciudades, mientras, a su vez, las ciudades, nuestra ciudad por supuesto, cambian la edad media y con ello su actividad. Añádanse las directrices europeas de mejora medioambiental y una crisis económica a caballo de la pandemia, justo cuando se empezaba a levantar cabeza de crisis gorda del 2008 y siguientes.

Un coctel explosivo.

Y todo en unos pocos años.

Y como este país vive en la calle, esa calle empieza a ser otra. Y dentro de ella, los bares, esa especie de centros sociales, de lugares de encuentro y participación y que son el una de las señas nacionales. 

Se peatonalizó Ordoño. Había que mejorar las condiciones del aire que respiramos, emponzoñado por los motores de explosión… y las calefacciones, por ejemplo. La alcaldía decidió, con buen criterio, que, si de aire limpio se trataba, el de León, el nuestro, no era tan malo como para, al igual que Madrid y otras grandes urbes, cerrar todo el centro, y que, peatonalizando algunas calles, el tráfico se suavizaría lo suficiente como para mantener un nivel de polución aceptable. 

Y ya tenemos en marcha el cambio de una parte de la ciudad.

La pandemia puso su granito. De la noche a la mañana los bares salieron a la calle. No se podía estar en espacios cerrados. Lo malo es que, muy mayoritariamente, lo hicieron como conquista de guerra, de mala manera, tan mala, que, en muchos casos, más parecían espacios de almacenamiento por obras, delimitados por palitroques con bandas de plástico y restos de palets (y que aún siguen). Manga por hombro. Y con ello, de forma provisional (que, como siempre he dicho, en este país es la forma más definitiva), florecen las terrazas en invierno, cual país centroeuropeo, cosa que jamás antes había sucedido.

Y así, el segundo cambio.

Pero la situación laboral y económica no cede, y los bares, esos bares que toda la vida, que desde siempre, abrían de sol a sol y más, ya sea por funcionamiento familiar, ya fuere por servicios laborales contratados, han cambiado. 

Y digo los bares porque han sido siempre seña de la vida diaria no solamente de nuestra ciudad, sino de toda España. La calle y los bares son uno. Pero no solamente han desaparecido un montón (y no digamos comercios que cierran), es que otros muchos abren solamente de mañana, o de tarde, o no hay servicio de mesa, o desaparecen las mesas y son taburetes. Unos dicen que no encuentran personal que quiera tener el ritmo de trabajo habitual, o simplemente que no vale la pena pagar ese empleado porque no se cubre su costo con la venta de dos cafés en toda la tarde y que además, para dos cafés, mejor me voy a mi casa con mi familia, que la conciliación familiar también cuenta.

Y ya tenemos la tercera.

Y así, sin coches, sin tiendas y sin bares resulta que, a muchas horas del día, y no digamos de la tarde, talmente parece que estemos en un domingo de agosto a las nueve de la mañana. La ciudad se ha hecho más fría. 

Durante las últimas décadas, las ciudades que hemos construido se han diseñado para la gente en los edificios y para los coches en las calles. Y esas calles, ahora, de pronto, al desaparecer la causa de su diseño, parecen ‘vacías’. Y eso que, si algo tenemos por costumbre los españoles, es que vivimos en la calle.

La venta ‘on line’ y las grandes superficies de alimentación y comercio acaban con el comercio de cercanía.

Los bares cierran o se pasan a formas y tiempos de servicio que nada tienen que ver con su historia.

Y todo esto, mirado desapasionadamente, nos pone en un camino de difícil vuelta atrás. Los edificios no tienen ruedas, así que nada los va a mover de ahí. Desde hace tiempo se ha ‘americanizado’ el comercio, con grandes centros y superficies a los que nos desplazamos ‘para todo’ y la hostelería o pierde su estructura familiar porque los herederos o no están o han huido o, simplemente, no hay trabajadores dispuestos al horario y remuneración que tiene el mercado.

Añadamos una situación económica de las familias que ven subir los precios pero no los ingresos (solo hay que oír a los que entrevistan en las radios y televisiones), y nos encontraremos, como en aquella película de George Clooney, con ‘La tormenta perfecta’.

27 09 2024 Guerra
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