Sánchez, el ‘amo’ de La Moncloa, el presidente más ‘veraz’ (léase como antónimo de mentiroso) de cuantos lo han sido en democracia, se personó el miércoles en el Congreso de los Diputados. Tenía que darse un garbeo por la noble casa de los líos para darle pábulo a su peculiar manera de entender el poder. Fue –porque eso era lo previsto– a dar explicaciones sobre los últimos acontecimientos que le tienen enmarcado ante la opinión pública, y se marchó –algo que asimismo se preveía– como llegó. Ninguna aclaración. Lo dicho, un garbeo por la Carrera de San Jerónimo en pleno mayo, que continúa siendo el mes de las flores a María. Aunque para flores las que cultiva el ‘menda’ en su refugio de la avenida Puerta de Hierro, s/n del que se resiste a salir. Ni a cañonazos.
Sánchez es una contradicción en sí mismo. Sus ya famosos ‘cambios de opinión’ son una constante en su vida y lo volvió a dejar patente en el inicio de su intervención parlamentaria. Vino a decir algo así como que había que llevarse bien y, por lo tanto, abogar por el decoro parlamentario, al margen de ideologías y posicionamientos. En esos instantes, al expresarlo, no tensaba la mandíbula y hasta tenía un rostro angelical. De espejo agradecido. Pero poco le duró. Y volvió a las andanzas con los argumentos de siempre. Que si la derecha, que si la ultraderecha, que todos son malos y que el único bueno es él y sus correligionarios… y que quien atacara a su esposa –que era el eje principal de su comparecencia– ponía en riesgo la democracia. O lo que él entiende como democracia, que viene a ser la unidireccional sanchista. La suya, claro. La doble vara de medir en estado puro.
La izquierda –él mismo, sin ir más lejos– se ha cansado (o no) de atacar a la presidenta de Madrid a costa de su novio. De difamarla. Y de (intentar) ponerla a los pies de los caballos las veinticuatro horas del día. Lo de «me gusta la fruta» vino a raíz de que el propio Sánchez, desde la tribuna del Congreso y a sabiendas de que Ayuso se encontraba allí como invitada la vilipendió. Menudo decoro el del ‘amo’. La ley del embudo. Porque si él tiene sentimientos, los demás también. Y si le enerva que ataquen a su amantísima esposa por presuntas irregularidades o malas prácticas, lo mismo le ocurre a Isabel Díaz Ayuso, a la que han convertido en un pimpampum. A ella y a su familia. No importa que la Justicia le haya exonerado de todas y cada una de las causas en que han pretendido involucrarla. Les da lo mismo. El martillo pilón continúa con su machaque habitual.
Y luego viene este figura del club de la comedia pidiendo buenas costumbres e invocando un pacto de no agresión entre las llamadas fuerzas políticas. Es un cachondo. Consejos vendo que para mí no tengo. Amén.