Yo diría que desde no hace mucho tiempo que se viene oyendo esto de «el dedo y la luna». Al menos no recuerdo haberlo oído a lo largo de los ya mis muchos años, y eso que, al parecer, es un viejo proverbio chino, lo que le hace cieertamente antiguo.
En todo caso, creo que viene al pelo hoy día para definir lo que está ocurriendo en toda esta desgracia de las inundaciones en Valencia.
Llevamos tres semanas ya, y aún andamos en si son galgos o son podencos. Hoy parece que son más galgos y mañana más podencos. Pasan los días y lo que ha pasado sigue aún siendo objeto de pelea en el barro, y nunca mejor dicho.
Se está enredando en la pelea de la culpabilización de lo ocurrido, con duras diatribas de tú y tú más, mientras se sigue limpiando y limpiando, en un no acabar, goteando medidas económicas y sociales, describiendo lo que ha pasado, mientras la causa se comentan y nada se hace sobre ella. Porque todo ésto, triste y desgraciado en consecuencias, se pasará, como se han pasado catástrofes similares como las inundaciones de Valencia del 57 o la presa de Tous de 82, esta última causada por un volumen de agua cuatro veces superior al de ahora ( y eso que éste, el de ahora, nos parece lo más grande que hemos visto).
Por cierto, en el desastre de Tous, con todo y ser ese volumen de agua muchísimo mayor, hubo ocho fallecidos.
Porque se sabe, existen registros, que grandes lluvias otoñales y sus correspondientes inundaciones, se producían desde hace ocho siglos, porque la naturaleza en esa zona era así ya entonces, cuando no había ni coches ni nada, cuando el CO2 era el de esa misma naturaleza, el mar Mediterráneo se calentaba, y eso que desde el siglo XV hasta finales del XIX se vivió un ciclo de grandes fríos. Pero era igual, porque el Mediterráneo se calentaba en verano y el otoño se encargaba de producir las mismas grandes lluvias que ahora, sobre la misma región, con las misma orografía que hoy.
Había menos población, sí, pero el resto, las causas, no han variado.
Y así andamos, mirando al dedo, sin mirar a la luna.
En el año 2001 se aprobó el Plan Hidrológico Nacional, que, en un global mucho más ambicioso, proponía acciones concretas para ordenar las aguas, precisamente, de la cuenca del Júcar. Se puso en marcha, lo pagaba la CCE (y era un enorme pastón), pero cambió el gobierno y pasó a mejor vida.
Años después, sequías e inundaciones de por medio, se reinició un nuevo plan, con el acuerdo de, al menos, los dos partidos mayoritarios. Pero, nuevamente de nuevo, la misma historia: cambio de gobierno y plan al baúl de los recuerdos. Y la casa sin barrer.
De entonces acá, y mientras se construía sin orden ni concierto en toda la zona inundable del sur de Valencia, se iban proponiendo obras de regulación, se pedían planes de limpieza de cauces, pero como si se oye llover (una buena venganza poética, que alguien diría). Ni hablar de ello, pues la ecología reinante tenía que proteger plantas, especies y todo el entorno.
Por cierto, me gustaría saber dónde están ahora todas esas plantas, peces, ranas y renacuajos después de que las aguas se hayan llevado todo y más a no se sabe dónde, junto con dos centenares largos de ciudadanos, por no hablar de bienes materiales.
Toda la broza de cañas, plantas, ramas y arbustos, que en su justa medida ayudan a tranquilizar los cursos de agua, se convierten, cuando lo son en exceso, en tapones de retención que terminan provocando la salida explosiva de aquellas. Recodos y estrechamientos se convierten en retenciones, y no digamos los puentes, que pasan de ser una ayuda a ser un problema, al estar proyectados para soportar la carga vertical de la circulación de personas y vehículos, y convertirse por obra y arte de la imprevisión, en represas circunstanciales que no soportan el empuje horizontal, para el que no están preparados, multiplicando, en su inevitable rotura, la salida violenta de las aguas. Los cauces naturales se convierten así en una trampa sin escape, aumentando los destrozos.
¿No es hora ya, a la vista de los hechos, de plantearse una acción regulatoria del cauce (y no solamente de éste, que hay muchos otros)? Y no vale alegar que se está deshaciendo el medio natural, porque seguro que, pese a los profetas del ecologismo, la madre naturaleza tiene capacidad y fuerza para recomponerse, de reponer la flora y fauna tal cual estaba (y mucho más si se la ayuda, que medios hay para ello), y porque siendo eso cierto, lo es también que se han perdido un montón de vidas que ya, de ninguna manera, se van a recuperar.
Todo ello mientras se discutiendo si son galgos o podencos, si la culpa es tuya pero no mía y viceversa.
Y a estas alturas de la película pasan los días mirando el dedo, mientras de la luna se habla, pero no por quien tiene que hacerlo.
Podría seguir, pero prefiero terminar con el proverbio chino completo: «cuando el dedo señala la luna, el necio mira el dedo y el sabio mira la luna».