Demasiadas mujeres

Nunca hables de política. Sonríe, lleva los zapatos limpios y péinate bien. Así te irá mejor, te tropezarás menos, te tratarán sin miedo. No enseñes tus cartas, aprieta los dientes, guarda las zarpas y siéntate bien, que pasas mucho tiempo frente a la pantalla y verás cuando dejes de ser joven. La espalda como un acordeón y las vértebras chillando en Do sostenido mayor todo el día. Ya te acordarás de mí, ya. Pero, sobre todo, no hables de política. Nunca.

Si me preguntasen quién soy, diría que soy periodista y luego que no, que trabajo como periodista, porque yo ser soy muchas cosas, pero nunca un oficio. Nadie lo es, por mucho que nos guste – o finjamos que nos gusta– colgarnos una etiqueta para darle sentido a la carrera hacía un horizonte donde la meta acaba con un hoyo en el suelo o una urna en la repisa, según el gusto. Hasta puedes elegir el color.

Nunca hables de política, te dijeron, pero has elegido pasar las horas en algo que está atravesado por ella y qué le vamos a hacer.

Nunca hables de política, pero date cuenta de las cosas. Fíjate en que en los seis meses que llevas trabajando en León, yendo a ruedas de prensa en León, a cubrir premios en León, no has visto apenas mujeres en puestos de poder. Supón entonces que a ellas es que no les gusta tanto, que no hay mujeres, que no se presentan y que «quizá ahora con lo de las cuotas…», como dijo, entre risitas, el valiente trajeado cuando un compañero le preguntó por qué el premio al ‘Leonés en el Extranjero’ sólo lo había obtenido una señora en toda su historia.

Nunca hables de política, pero graba en tu retina el panorama de la gran mayoría de actos empresariales que has cubierto. Recuerda la foto. Todos tan guapos, con los zapatos limpios y lustrados. Un campo de.

Nunca hables de política, hazlo de las personas en las que piensas, a las que quieres, a las que echas de menos, a las que te gustaría enviar una canción nueva por Whatsapp porque escuchándola pensaste en ellas. Habla de cualquier cosa. Pero de política no.