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Demasiados pelos en la gatera

13/05/2024
 Actualizado a 13/05/2024
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Europa no debe renunciar, ni en un ápice, a la herencia ilustrada, cultural y científica. Ahora mismo, Europa se encuentra atacada por populismos y autoritarismos que crecen en el horizonte, lo que provoca confusión entre algunos ciudadanos, engañados por las supuestas verdades que debemos creer. La política emocional debe ser desterrada, pues lo contrario nos instala en una deriva peligrosa. La visión racional es la verdadera herramienta del progreso. El patriotismo consiste, sobre todo, en el respeto a la pluralidad. 

Una vez más, y en la línea de la incuria intelectual trumpista, se maneja el concepto de simplicidad y maniqueísmo para convencer a la sociedad. Pero Europa es un continente complejo con múltiples capas de cultura bajo su piel, y todas son igualmente importantes y deben ser consideradas. No se trata de promover la unicidad de pensamiento, el inmovilismo (lo que se mueve, para algunos, es peligroso), la reducción maniquea o la afirmación categórica de algunas verdades indiscutibles. Pero es cierto que existe una agenda que trabaja la obsesión y la alarma, que crea paradigmas morales supuestamente innegociables, que categoriza la realidad conforme a lo que conviene, para que se genere insatisfacción y desafección, falsas impresiones de cultura tradicional amenazada (signifique lo que signifique) y otros asuntos que, bien empaquetados, y con insistencia en las redes, generan miedo y odio. 

Hay un error de base en la suposición de que nuestra cultura se debe sólo a ciertas influencias históricas, religiosas o civilizatorias y no a otras. Dividir la realidad drásticamente entre lo bueno y lo malo resulta altamente pueril. Una sociedad como la europea, que ha aprendido de infinidad de momentos de crueldad, que sabe mucho de los totalitarismos, no puede bajar los brazos y rendirse ante los discursos simplistas. Sorprende, con todo, que la Europa de la ciencia y el desarrollo de las democracias vuelva a comprar, en parte, discursos antiguos, caducos, que, además, probaron ya su capacidad para generar tragedias. Europa debe alzarse para defender la democracia. Pero también para defender asuntos que van íntimamente ligados a la idea de democracia, como la pluralidad, el desarrollo científico y el laicismo. 

Resulta bastante patético, o, al menos, preocupante, que nuestra vida contemporánea, que asumíamos suficientemente evolucionada como para no caer en una atmósfera retrógrada y penosamente rancia, esté zarandeada de pronto por una inseguridad construida ‘ad hoc’ para desestabilizar los discursos democráticos. Asumimos los graves problemas de liderazgo político que, bien mirado, parecen sufrir todas las ideologías, y que contribuyen a un debilitamiento de las instituciones, atacadas tantas veces en busca de su quebranto. Este es un punto de inflexión para Europa.

En las últimas semanas hemos asistido a algunas expresiones de esta confusión producida por los equilibrios geoestratégicos y por los efectos perversos de los intereses creados. El pasado lunes hablábamos aquí de la lección que los estudiantes de numerosos campus (sobre todo en los Estados Unidos, pero, lentamente, también en Europa) estaban dando a no pocos líderes políticos, atrapados en sus agendas, o, por qué no decirlo, en el encaje de bolillos que a veces representan las campañas electorales. A esos campus se envió a la policía para acallar las protestas, desmantelar los campamentos y reducir al mínimo el pensamiento crítico de los estudiantes. La teoría del rebaño social ejecutada como una de las bellas artes. El mundo al revés. 

Hay una separación cada vez mayor entre la forma de desempeñar el poder por parte de algunos líderes y la opinión de sus ciudadanos sobre las cosas del mundo. Y ustedes se preguntarán: ¿por qué, entonces, esos líderes reciben su voto? Es obvio que no siempre hay suficientes opciones como para elegir algo cercano a lo que uno piensa. Elijamos lo menos malo, decimos a veces, con no poca resignación. Los jóvenes tienen la palabra.  

De hecho, Estados Unidos se enfrenta a un proceso electoral en el que Biden, y no sólo por la guerra en Oriente Próximo, se está dejando muchos pelos en la gatera, intentando contentar a todos sin contentar, probablemente, a ninguno. Pero piensen que la alternativa a todo eso es… ¡Trump! ¿En qué momento hemos llegado a esto? ¿En qué momento hemos devaluado el concepto de democracia y hemos dejado en manos de la absoluta indigencia intelectual una estructura rica y compleja de poder que necesita líderes empáticos, capaces de comprender la visión proteica y diversa de la vida? ¿No se sonrojan escuchando las declaraciones de algunos líderes, a veces pronunciadas con risible énfasis, siempre desde esa supuesta superioridad moral que nadie, al parecer, debe discutir jamás?

Europa debería tener cuidado con estas cosas. Las últimas semanas de Von der Leyen no han sido de las mejores. Por mucho que vivamos en un mundo de arenas movedizas, Europa debe hacer constar su proyecto de dignidad democrática y pluralidad. No tiene por qué someterse a las graves hipocresías a las que conduce a veces el orden estratégico, como estamos viendo, porque, finalmente, más que los estados, lo que importan son las personas. Y las personas no tienen banderas ni colores, eso es una entelequia, un absurdo, a menudo utilizado con aviesa intención y sin beneficio para la gente. Y, desde luego, no hay unas personas más importantes que otras. Finalmente, el patriotismo tiene que ser aquello que es humano. Y la patria es la humanidad. 

Escribo estas reflexiones no sólo al aire de las manifestaciones de los jóvenes en los campus, que de esta forma cumplen con su misión de expresar el pensamiento crítico ante lo que sucede en el mundo, que es una noble labor, y no sólo porque muchos dirigentes queden a los pies de los caballos ante el ímpetu de los jóvenes que no aceptan el discurso del miedo. También Eurovisión, que se celebró el sábado, me llevó a consideraciones semejantes. 

Nunca he entendido muy bien cuál es la razón por la que muchos se empeñan en limitar las manifestaciones artísticas, en cercenar el derecho del artista a posicionarse ante el mundo, ante la política, ante todo. ¿Tampoco el arte debe expresar el pensamiento crítico? ¿Qué clase de arte es ese? No tengo excesivo interés en este concurso, aunque valoro su apuesta arriesgada y provocativa, algo que debe ser consustancial al arte (romper, agitar, mover), pero me temo que esa edición de Eurovisión pasará a la historia como un cúmulo de despropósitos. Ha sido el escaparate perfecto de este momento de confusión y sindiós. También ahí han quedado ya muchos pelos en la gatera.

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