16/01/2025
 Actualizado a 16/01/2025
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Hace ahora cinco años y casi un mes en Vegas sufrimos una «gota fría» que se llevó a un amigo (Carlos), y dejó muchos daños materiales. Uno de estos fue el que sufrió la depuradora (por llamarla de alguna manera puesto que era muy veterana), que estaba en la Molinera. Quedó absolutamente destrozada: no quedaron ni los cimientos. Hace poco más de un año, el Ayuntamiento acometió la construcción de una nueva, en el mismo lugar. Costó sesenta mil euros, y contaba con la aprobación de la Junta de Castilla y León, porque este organismo supervisa hasta el número de gallinas que tienes en casa, no vaya a ser que te dediques al tráfico ilegal de huevos sin las debidas condiciones sanitarias y con el fin de estafar al erario autonómico... Pues resulta que seis o siete meses después de concluir la obra mencionada, esa misma Junta, por arte de los polvos de la madre Celestina y del padre Susarón, envió un papelo al consistorio diciendo que iba a construir una nueva depuradora a trescientos metros de la recién terminada y que la hacía, a la municipal, absolutamente prescindible; que se iban a expropiar las tierras necesarias para acometer la obra y que la resultante iba a ser el doble, o más, de la que pagó el Ayuntamiento. A uno, que es un perfecto ignorante en cuestiones de ingeniería, le parece de perlas que la dichosa depuradora, la definitiva, sea capaz de dejar limpia de excrementos, jabones, lejías, champús o suavizantes, el agua que, al final, ha de volver al río Porma. Lo que también sé es que las dos obras las pagamos los mismos: usted y yo, y me parece un despilfarro haber gastado los primeros sesenta mil pavos, porque es como si se hubieran tirado por el inodoro.

Este hecho es un despilfarro por su sitio, y no me apetece pensar si, además de la acción burocrática inútil, es también un delito, porque gastar el dinero del contribuyente sin ton ni son sí que debería estar penado... Quiero decir que, si la Junta la caga con la obra de un pueblo de ciento y pico habitantes, qué no hará con obras mucho más grandes y de más enjundia. Esta comunidad a la que pertenecemos es un engendro político muy mal urdido. Además, es más larga y ancha que una semana sin pan, y, lo peor es que está casi vacía, por lo que las tropelías y sin razones que hacen los políticos casi a diario, son más fáciles de esconder, porque casi nadie las ve. Todo este desbarajuste nace de la pretensión, no escondida, de tratarnos como si fuésemos niños chicos a los que hay que vigilar en todo lo que hacen. Sólo así se entiende que tengan tan controladas a las gallinas ponedoras que tiene la gente de los pueblos en su casa... Hace muchos años vivía en Vegas (aunque no era de aquí sino de un pueblo del monte), una moza de moral distraída que follaba a todo el que se ponía por delante. Se llamaba, por mal nombre, Inmaculada, y a las siete o las ocho de la tarde, su madre, una mujer de rosario y misa diaria, salía a la calle y la llamaba a voces: «¡Inmaculada, pá casa, que ya es hora!», y, añadía, como explicación a los que la escuchaban: «A estas chicas hay que ‘vegelarlas’, que en un momento te hacen una avería», sin saber qué..., ya había hecho la avería.

No sólo la Junta sino también todos los poderes corporativos (ayuntamientos, diputaciones, gobierno central, comunidad europea, empresas de comunicación, etc.), buscan lo mismo: controlar todo lo que hacemos desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, con lo cual, el ideal de la Libertad es poco menos que una quimera estúpida. La Junta, en este caso concreto que os cuento, actúa como un hacedor de entuertos, como un aburrido e insoportable sargento de semana, que enmienda la plana a sus subordinados, gastando una cantidad infame del dinero de todos porque después de una noche en vela pensó que se había comprado pescado podrido cuándo estaba fresco. Volviendo a lo de la quimera: todos los estudios, serios y sesudos, sobre la cognitividad humana, afirman que el hombre se relaciona, sin necesidad de normas ni poderes externos, con ciento cincuenta personas a lo largo de su vida; todo lo demás es un agregado que nos pilla de refilón y que no es esencial y sustantivo. ¡Dichoso de mí, que vivo en una comunidad incluso más pequeña y que me permite conocer, de memoria, a todo lo que me tengo que enfrentar! Salud y anarquía.

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