Ya están ahí. Se nos echan encima un año más las procesiones y siguen sin escucharse mis oraciones para que se funde la Cofradía del Cristo de los Fantoches, que sería sin duda la más numerosa de cuantas procesionan por una cuna de la democracia que estará abarrotada de nuevo por más hijos pródigos que turistas. Nos conformaremos con las que ya tenemos. Si no hay carbón, tiraremos con leña, qué le vamos a hacer. Saque usted el paraguas y no olvide su programa de mano para no perderse las procesiones o para poder esquivarlas. Ármese de paciencia si se le ocurre intentar entrar en un bar del centro o sacar el coche del garaje. Piense bien si merece la pena traicionar al vino o la cerveza para caer en la tentación de la limonada, ese enjuague de dudoso gusto y peor resaca que no pasa de moda ni por intervención divina. Y consuélese recordando que sólo son diez días.
Aunque, pensándolo bien, quizá deberíamos oficializar ya el cambio y pasar de Semana Santa a Año Santo, porque en realidad hay procesiones cada cuatro días, besapiés cada fin de semana y conciertos cofrades cada dos días y el del medio, aunque haya bandas que lleguen a deleitarnos con temas de Abba como si estuvieran en la diana del paraíso redipollejo.
Quizá podrían considerarse como procesiones –o al menos como viacrucis– protestas como la del domingo en defensa de la línea de Feve. De tanto echar la culpa a los de atrás, acabará siendo de quien la diseñó. Y de tanto ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, acabarán haciendo bueno el refrán de que entre todos la mataron y ella sola se murió. «León sin Feve no es León», clamaban el domingo los usuarios del tren al pasar por la estación de Matallana en un desfile que bien podría figurar en el programa cofrade con las pandereteras como principal acompañamiento musical. Y lo mismo podría ocurrir con el ‘camino a la libertad’ que se convoca para el día de esta nuestra comunidad y que el año pasado acabó con la quema de un castillo como si de esa manera se fueran a acabar el calvario de este nuestro terruño por el desierto demográfico en el que sólo se salvan quienes beben en el oasis de la jubilación o el funcionariado. Es lo que tiene protestar con el estómago y no con la cabeza, que se puede acabar perdiendo la razón que se tiene. Porque todos sabemos –su presidente también– que esta nuestra comunidad es un enjuague político similar a la limonada en el que cada provincia va por su lado –ayer mismo hubo quien acabó interviniendo en el debate sobre Feve en las Cortes para decir que Ávila no tiene AVE– y que cada vez hay más gente con raíces leonesas que se muda a Desengaño 25 después de más de cuatro décadas viviendo en Engaño 83.
En todo caso, tampoco sé si ese ‘camino a la libertad’ resolvería algo después de tanto tiempo. Dicen que se hace camino al andar, pero recuerdo que, cuando no levantaba dos palmos del suelo, madrugaba más que mis abuelas para poder desayunar chorizo los viernes de Cuaresma apelando a una libertad que ahora se ha convertido en esclavitud bajo el yugo del colesterol.