11/06/2017
 Actualizado a 19/09/2019
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Que me perdonen los de la Memoria Histórica, la asociación empeñada en restaurar la dignidad y el buen nombre de las víctimas de la guerra civil y el franquismo así como de limpiar el país de elementos arquitectónicos y simbólicos que perpetúan el de sus asesinos, pero yo no corregiría la historia a modo de Photoshop suprimiendo ahora de los archivos de los Ayuntamientos, de las Diputaciones, de las Universidades y de todo tipo de instituciones públicas los reconocimientos y honores que se les concedieron. Como también haría con los que en la democracia ya se dieron a personajes que hoy desfilan día sí y día no por los tribunales de justicia o directamente cumplen condena en la cárcel por corrupción o por otros delitos, yo mantendría esos reconocimientos y honores para vergüenza y sonrojo de quienes alegremente se los concedieron. Que aprendan así a no ser tan generosos a la hora de dar medallas a cualquier particular con ínfulas.

Pero es que en el caso de los honores a los jerarcas franquistas, comenzado por el llamado Caudillo (una palabra que a nuestros adolescentes de hoy hay que traducírsela para que la comprendan y para que nos comprendan a nosotros por ser como somos), no se trata ya sólo de disimular la historia, sino de hacerla desaparecer del todo y con ella la responsabilidad histórica de quienes protagonizaron actos tan repudiables y condenables hoy como entonces. El Ayuntamiento de León y la Diputación Provincial de León, por ejemplo, han acordado quitar a Franco las dos medallas de oro que por acuerdo unánime de sus miembros ambas instituciones le concedieron en 1962 con motivo de su visita a León (¡si sólo fueran medallas lo que le concedieron!) y uno tiene la impresión de que, más que en cumplimiento de una ley (la de la Memoria Histórica, que, por cierto, el partido que gobierna las dos instituciones leonesas a nivel nacional se empeña en no aplicar desde el Gobierno), lo hacen para lavar sus malas conciencias y, en ocasiones, hasta las propias memorias familiares de algunos de los políticos que ahora las quitan. Si uno observa los apellidos de los que le concedieron a Franco las dos medallas en la dictadura verá que coinciden con los de algunos de los actuales, lo cual no es de extrañar, puesto que siempre mandan los mismos.

Que los honores a Franco sean hoy los deshonores de quienes se los concedieron en la dictadura es por eso preferible en mi opinión al despojamiento de ellos por más que así se incumpla la ley de Memoria Histórica. Los leoneses de hoy, como los españoles de hoy, deben saber quiénes fueron los que condecoraron al dictador en su nombre «por cuanto habéis hecho por España al liberarla, engrandecerla y magnificarla» (José Martínez Llamazares, el alcalde de León, en su discurso de entrega) y «por la imperecedera deuda de gratitud que León tiene con vos por todo lo que habéis hecho por esta provincia» (José Eguiagaray, el presidente de la Diputación, en el suyo) en vez de olvidarlos para siempre.
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