Desde los tiempos del Diluvio, independientemente de los cambios del clima, no han faltado inundaciones, terremotos, volcanes, catástrofes de toda índole. Generalmente vemos este tipo de informaciones cómodamente sentados desde nuestro sofá. Cuando, a los pocos días, dejan de ser noticia, se olvida todo para permanecer en la más absoluta indiferencia ante las llamadas de auxilio. La diferencia es que ahora lo sentimos mucho más cerca.
Antiguamente estos fenómenos se atribuían a una intervención directa divina, ya sea como castigo o como manifestación de poder. Sin embargo, estos fenómenos se explican y entienden desde las leyes de la naturaleza, si bien Dios no deja de serlo cuando respeta la autonomía de las realidades terrestres o la libertad humana. Más aún, ha dado al hombre poder y capacidad para hacerles frente en la medida de lo posible, aunque hemos de reconocer nuestra fragilidad. Es verdad que podrían hacerse las cosas mejor, pero tenemos que asumir que, a toro pasado, todo el mundo encuentra soluciones fáciles. En todo caso siempre se puede aprender, y ahora debería de tomarse nota de cara a futuras catástrofes. El denostado Caudillo tomó nota ante la catástrofe de 1957 y sus obras han disminuido los efectos de la catástrofe. Por eso no son indiferentes las actuaciones mezquinas de algunos políticos «ecolojetas» que dejan bastante que desear. Igualmente miserables son los que se aprovechan para robar, «okupar» viviendas, lanzar bulos… Afortunadamente también se ha puesto de manifiesto que existe mucha gente buena y solidaria.
Dicho esto, y sin dejar de comprender la tristeza y desolación de los afectados, tanto por las pérdidas humanas como materiales, deberíamos tener siempre presente, y lo decimos con palabras de la Sagrada Escritura, que «la representación de este mundo se termina», que estamos de paso, que «vendrán tiempos difíciles como no los ha habido desde el principio del mundo ni los habrá jamás», que «no quedará piedra sobre piedra», que «el que persevere hasta el fin se salvará».
La profecía de la ‘Gran Tribulación’ se mantiene viva y estas tragedias bien pueden considerarse un anticipo. En la liturgia de Todos los Santos se hablaba de los que «vienen de la gran tribulación». Confiamos en que los cientos o miles de muertos, que han pasado su tribulación, gocen de la meta definitiva para la que todos hemos sido creados, más allá de los gozos y sombras de esta vida. Entre tanto, escojamos el cauce que consideremos más oportuno para ejercer nuestra solidaridad.