Lo peor de la manifestación que se celebró el pasado domingo en León fue el día después. Siempre pasa igual con los entierros: los verdaderos palos llegan por la mañana. Con los sentimientos convenientemente agitados, la frustración de los leoneses un poco más exprimida, da igual que hayas recibido la compasión de todo el mundo o que te hayas tenido que compadecer a ti mismo, como fue el caso, porque los golpes más duros se suelen manifestar al día siguiente por la mañana: es cuando, quieras o no, tienes que empezar a sacar conclusiones.
La semana fue dejando tantas evidencias que es mejor ponerse cuanto antes a sacar esas conclusiones para que no las saquen otros por ti. La burla del destino se solapó con la burla del ministro de Fomento y su presuntuosa estación de tren para Valladolid, valorada en 253 millones de euros. Él sólo creó más leonesistas en una mañana que todas las proclamas de la manifestación. La primera pregunta es de dónde piensa sacar el dinero si no hay Presupuestos Generales del Estado, aunque eso es lo de menos porque lo de que los proyectos se pierdan por los cajones de los ministerios solo suele pasar con los de León, donde Adif no permite hacer ni siquiera lo que es gratis: abrir las calles del entorno de Feve o convertir en aparcamiento el solar vacío que hay junto a la vieja estación. El ministro y anterior alcalde argumenta su proyecto diciendo que por Valladolid pasan muchos viajeros, lo que resulta tan cierto como lógico si han diseñado todas las vías pasando por allí. De la manifestación leonesa dijo un simple «Dios me libre de opinar» y ofendió mucho en todo lo que viene siendo el norte de Izagre, en plan: ¿Pero cómo que buenos días? ¿Ya me estás provocando? La sorpresa llegó con la reacción del actual alcalde de Valladolid, diciendo que él no quiere una estación de 253 millones. ¡Toma ya! ¿Serán conscientes de que sus palabras se escuchan al otro lado del Pisuerga? Si no le quitan los micrófonos a tiempo, se calienta y dice que su partido y él van a hacer una estación mayor todavía, tan grande que los trenes viajarán de una ciudad a otra sin salir de ella. Con estos y otros ejemplos que todos conservamos en la memoria, la primera conclusión es obvia: para ser alcalde de Valladolid hay que ser un auténtico bocazas.
La segunda conclusión va para los de Trobajo del Camino: si ni siquiera en la mismísima Valladolid, donde quieren hacer una estación que parecerá el Bernabéu, van invertir un duro en soterrar las vías, ¿hasta cuándo va llegar su cabezonería exigiendo lo que es imposible? Es sencillo: si alguien lo promete, está mintiendo.
La siguiente conclusión la dejó botando en la tarde del día siguiente a manifestación la presidenta del PP leonés, al comparar el caso de León con el de Cataluña. Tanto pensar en clave nacional, lo que no puede sorprender a nadie, esta briosa diputada, como la define Losantos, no sólo falta al respeto de todos los leoneses, sean leonesistas o no, sino que además se lo pone un poco más difícil aún a sus compañeros de partido en esta provincia, que por otra parte siguen enfrentados entre sí, esa línea oficial y esa línea oficiosa que estallaron justo antes de las últimas elecciones y que volverían a estallar si las elecciones fueran hoy. Como a Aníbal Smith, a Alfonso Fernández Mañueco también le encanta que sus planes salgan bien.
Precisamente Mañueco nos brindó otra de las conclusiones más sorprendentes de la semana: se puede ser del PP y quejarse del centralismo de Valladolid. No lo vimos venir. No lo podíamos imaginar. No lo habíamos visto nunca. Lo hizo a raíz de que se hablara tanto de la dichosa estación, golpeando levemente la batuta contra el atril y haciendo que su orquesta empezara a interpretar una inédita obertura: se quejaron del sangrante trato de favor hacia Valladolid desde todas las capitales de esta descomunal comunidad de vecinos mal avenidos.
En ese momento llegaba la conclusión que aportó el PSOE: se puede uno ganar las enemistades de ocho provincias ejerciendo un implacable centralismo durante 40 años, como ha hecho el PP, o se puede hacer al estilo socialista, auténticos plusmarquistas del centralismo capaces de agravarlo en sólo 7 años de gobierno de Pedro Sánchez. Por la parte que nos toca, todos los proyectos que se anunciaron para León se están haciendo realidad, uno por uno, en Valladolid. Pero cuando el PSOE gobierna, aquí nos va muy bien, fetén, así que lo celebran este fin de semana con un congreso en Palencia para darse públicamente la razón. En su caso, ni a nivel autonómico ni por lo que parece a nivel provincial va a haber línea oficial y línea oficiosa. Todos a callar, obedecer y, si es posible, cobrar. Ellos lo consideran un éxito. Tampoco habrá contrapesos al poder de Valladolid, se conformarán con unos cuantos sillones, enésima prueba de su apuesta por esta provincia.
La Unión del Pueblo Leonés, que cualquiera podría pensar que sería la gran beneficiada de la manifestación, se mantuvo tan prudente que no sacó conclusiones el día después, sino cuatro días después. En las redes, los más puritas ya empezaban a buscar la traducción al leonés de la palabra desfibrilador. Cuando salieron a dar su rueda de prensa en la calle Suero de Quiñones, el alcalde de León, con diferencia el más hábil en este terreno, ya debatía con Marhuenda en un programa matutino de televisión con más peligro que el grisú.
Sí, el resumen de todo esto es tan claro como doloroso: no se puede hacer peor. La gran conclusión de la semana es que la manifestación que, con sus errores y sus aciertos, convocó a más 13.500 personas (no son tan pocas si en anteriores bazas no se hubieran llenado las bocas de órdagos) brindó otra oportunidad de meter la pata a nuestros dirigentes y demostró, una vez más, que existe una frustración generalizada entre todos los leoneses que partidos y sindicatos quieren sin duda rentabilizar, pero sólo el alcalde de León sabe canalizar.
Para los más cafeteros quedan las últimas conclusiones, que tienen que ver con el deseo de autonomía propia que muchos reclamaron el domingo y otros, al ver el panorama, precisamente hasta el domingo. Pasa por la unión entre León y el Bierzo, algo improbable a la vista de la indiferencia que mutuamente se profesan, incluidas las salidas de tono de bercianistas que, al acusar a León de negarles «el pan y la sal», no están haciendo otra cosa que leer el guión dictado ya en 1991, cuando creó el Consejo Comarcal del Bierzo, por José María Aznar, al que, como a Mañueco y a Aníbal Smith, también le encanta que sus planes salgan bien.
La última conclusión del día después es la más perturbadora: si el objetivo la autonomía propia es entregar las instituciones leonesas a los políticos leoneses y, al mismo tiempo, nos demuestran que su talento no les da para sumar puntos por sus propios aciertos sino por los errores, por lo general no forzados, de sus adversarios: ¿no asumiríamos el riesgo, por decirlo de una manera fina y moderna que hoy en día sirve para todo, de colapsar? Para responder a esta ofensiva pregunta, que ya adelantaron los primeros titulados en el curso CCC de Característico Cuñadismo Cazurro, podemos buscar a nuestro alrededor casos exitosos de gestión en instituciones de ámbito provincial leonesas y gobernadas por políticos y funcionarios leoneses, como por ejemplo... Cri cri. Cri cri. Cri cri.