Me resulta muy difícil describir qué es lo que siento cuando, nada más abrir la puerta, viene Sirius como loco a recibirme, o cuando se acerca y empieza a darme lametazos, o cuando se tumba a mis pies… y, así, en tantos y tantos momentos. Pero lo que sí te puedo asegurar es que me reconforta, me anima, me llena de felicidad. Es más, cuando no tengo un buen día, es el mejor ‘remedio’…
Si te soy sincero, nunca se me había pasado por la cabeza tener perro. Pero, hace ya algo más de dos años y medio, Merce me convenció, y un precioso Spitz Alemán se convirtió entonces en uno más de la familia. Aquel cachorrín que mordisqueaba el rodapié, me ‘robaba’ las zapatillas y correteaba constantemente de aquí para allá, cambió para siempre nuestras vidas.
Es una gran responsabilidad, ni que decir tiene. Y, vale, es cierto –todo el que tenga perro seguro que puede corroborarlo– que no siempre apetece sacarle de paseo –muchas veces, sí; quede claro–, especialmente cuando el tiempo no acompaña –frío, lluvia…– o si, por algún motivo, tiene que ser a horas intempestivas; que, por más que se pase el aspirador, la casa siempre está llena de pelos; que puede llegar a ser un despertador muy muy eficaz… antes de lo deseado, claro; y que condiciona –y no poco– la vida. Pero es que, en el otro plato de la balanza, su fidelidad, su lealtad, su amor incondicional, pesan mucho, pero que mucho más…
Según parece, el 21 de julio de 2004, la Organización Mundial de la Salud dio a conocer que, según su estimación, existen alrededor de trescientos millones de perros en todo el mundo, y que en torno al 70 % de ellos no tiene hogar; y desde entonces, todos los años se celebra en esa fecha el ‘Día Mundial del Perro’, con el objetivo, por un lado, de concienciar para evitar su abandono, pero también, por otro, en homenaje y agradecimiento –y para destacar su importancia en nuestro día a día– al que se dice –por algo será– es el mejor amigo del hombre. Este domingo, pues, lo celebraremos como es debido…