Cuando un gran filósofo, poeta e historiador, y hombre de teatro, como nuestro Santiago Trancón, anuncia que publica una novela, hay que ponerse en guardia y esperar a tener el libro en las manos. Y ya lo tenemos. Y, una vez leído y estudiado, quitarse el sombrero es pobre homenaje, porque supera todas las expectativas. Nada que ver con lo que habitualmente entienden las editoriales de ahora por novela, sino un libro magistral en el que se reúnen, además de una historia, un estudio histórico-poético-filosófico, sobre un momento crucial de la vida de una de nuestras villas patrias (en este caso Valderas) en el que una sociedad rural se tambalea y está a punto de quebrar., en los convulsos tiempos de la guerra civil.
¿Clásico? No. Es difícil encontrar alguien que se ponga a contar una historia dotado de la preparación de Santiago en tantas disciplinas, además de la de la vida. Y esa preparación se va derramando a lo largo de «la historia» e impregnándola de un algo que la convierte en especial, «en una obra de arte». Y en algo excepcional. La república, la guerra civil, los asesinatos entre paisanos, en un paisaje que el autor mira con ojos de fina poesía todo cuanto los personajes ven y sienten. Que es lo mismo que lo que el vio en su infancia y juventud y que fue guardando en el arcón de su memoria para, una vez perdido, revivirlo desde el punto de vista del arte de pensar., de sentir y de contar, modernos.
La historia es la historia, como no podía ser de otra forma. Y él la documenta bien. Y la arma cmo una obra de teatro. Los hombres son los hombres, ni malos ni buenos. Y él los conoce bien. Las guerras fratricidas son las guerras fratricidas y él las conoce bien. El lector, si se deja llevar, transitará a la vez por senderos rurales, por lecturas y pensamientos, por palabras antiguas y por oficios ancestrales. Y revivirá el drama personal de tatas familias que hubieron de soportar la desdicha de aquella guerra civil que no tuvo más sentido que el sinsentido y la sinrazón.
Todo ello produce un andamiaje en el que su villa de Valdavia (Valderas) quedará para siempre retratada en este cuadro que espero sea visitado por todos los leoneses que sienten alguna querencia por sus hombres ilustres, como lo este este Santiago Trancón Pérez, cuya trayectoria vital se erige en una de las más fascinantes de su tiempo.
Y, aunque, como el mismo afima, página 33: «Eegresar a la infancia es morir» él consigue hacerlo y continuar vivo.