Resulta que los españoles (o la mayoría) somos unos cracks ahorrando y guardamos en las cuentas corrientes bancarias, exactamente, 866.000 millones de euros sin darles rendimiento y pagando comisiones para su mantenimiento. Lo llaman dinero «nini» (ahora todo es ‘nini’) porque «ni» amortizamos los préstamos «ni» invertimos en planes de pensiones, depósitos o letras del Tesoro. O sea, guardamos el dinero debajo del colchón bancario para los ‘porsi’. Y el Banco Central Europeo, erre que erre, nos lanza dardos disfrazados de datos: los españoles ahorramos más que los franceses y los italianos, pero menos que los alemanes, y aun así nos pregunta que qué hacemos con ese dinero ahorrado, ocioso y sin invertir. También afirma que tenemos «poca cultura financiera» y «miedo a equivocarnos al invertir». Esto rebosa el vaso de la paciencia. ¡Europe, por favor! Ahí van datos oficiales: en el Banco de España, en 2023, los depósitos rindieron de media un 2,57 % anual; en Francia e Italia un 3‚8 % y en la zona euro un 3,33 %. ¿Dónde está la duda? Es cuestión de aritmética y sentido común. ¿Será que no nos gusta ver cómo se diluye nuestro dinero frente a la desigualdad? ¿Será desconfianza? ¿Será que los españoles (lo afirman analistas y gestores de fondos de inversión) ahorramos porque nuestros depósitos ofrecen baja rentabilidad? Y, lo más importante, porque la intuición nos indica que «no nos gusta que nos tomen el pelo». Así que, cuando obtengamos los mismos beneficios y réditos que en Europa, sacaremos ese dinero «nini», invertiremos, amortizaremos e incluso emprenderemos cruzadas mercantilistas. Pero, por ahora, los fondos de inversión no convencen a la gran mayoría de ahorradores por más que los bancos intenten vender la fórmula mágica. Desde Inmark dejan claro que «la banca busca vincular a los clientes y lo consigue con la cuenta nómina». Resulta un motivo bastante convincente y sensato no amortizar préstamos ni invertir en futuros, por ahora, porque el futuro está bastante oscuro.
A propósito del ahorro y de la sensatez (o de la falta de ella), hace unas décadas, en un pueblo al oeste de la provincia, alguien de mi familia presenció un suceso doloroso: un ahorrador guardaba una cantidad insensata de millones de pesetas debajo del tejado de su casa (¿no se fiaría de los bancos?); cuando su familia se enteró, entró en pánico y lo convenció de que ese dinero estaría más seguro en el banco; el ahorrador cedió, subió al tejado en busca de su tesoro y, ¡oh, Zeus!, debajo de las tejas, entre la tierra, la hierba húmeda y fría y algún que otro bicho, solo encontró restos de papel desechado. Cuentan que todos lloraban. El clima ⎯en este caso, el de León⎯ no respeta «ni» el papel moneda «ni» el papel timbrado. Adiós al dinero ahorrado, a la inversión o a un posible plan de pensiones. Me duele imaginar el drama.