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Distancia ética

26/01/2025
 Actualizado a 26/01/2025
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Por supuesto que creo en la superioridad moral de la izquierda democrática. Cómo no. Un sitio político que antepone el bienestar ciudadano a los negocios, la libertad individual y las diferencias a la imposición de estereotipos, la salvación del planeta a los intereses productivos, el respeto a toda creencia a los dogmas religiosos, la justicia social frente al clasismo, el reparto de la riqueza a la avaricia, la igualdad de oportunidades a los privilegios de la sangre o el dinero… es mi lugar. Quienes cuestionan esa superioridad lo hacen siempre con argumentos como la eficacia, la rentabilidad o el ventajismo, que, por supuesto, no son argumentos humanitarios. Ni siquiera constitucionales, si nos ponemos legalistas.

De la misma manera que existe un catálogo de fracasos e intentos de esa izquierda que han logrado lo contrario de lo que pretendían, hay multitud de pruebas de esa preminencia. Las hay éticas, políticas, ideológicas, sociales, económicas, estratégicas, etc. Y las hay cotidianas y muy visibles, en medidas sociales como las que acaban de impedir las derechas en el Congreso español o en muestras de comportamiento ante un asunto de Estado. 

Ahora es mucho más sencillo. Con Trump, notar las diferencias es más fácil porque se han vuelto siderales; con el líder al que admiran Abascal o Ayuso todo se vuelve diáfano. Una de esas distinciones culminó esta semana. Absolutamente nadie esperaba ni esperaría de Kamala Harris una revuelta contra el resultado electoral y una algarada rebelde como las que se produjeron hace cuatro años. Hace cuatro años, los fieles a Trump asaltaron y ultrajaron el Capitolio de Washington, como después sucedería en Brasilia tras la derrota de Bolsonaro, en un intento violento y grotesco de subvertir la voluntad popular. El mismo individuo que hoy es presidente había intentado presionar a distintos gobernadores y políticos para influir en el recuento del voto popular. Ese mismo individuo no asistió entonces a la toma de posesión de su rival. Este lunes, tanto Biden como Obama o Clinton sí lo han hecho. Harris reconoció su derrota desde el primer momento y nadie, insisto, nadie, imaginaría una rebelión contra la voluntad popular por parte de los demócratas. En eso también se cifra la superioridad moral. Apenas unas horas después, el nuevo presidente, un delincuente condenado, indultó al millar y medio de malhechores que le sirvieran entonces de brazo armado.

Es cierto que en ciertos foros y momentos esa superioridad se ha convertido hoy día en una flaqueza, pues impide o debe impedir conducirse fuera de unas normas de comportamiento mientras el resto campa a sus anchas captando votantes y visibilidad mediante los procedimientos más viles. Pero también lo es que renunciar a esa forma de ser dejaría sin distinción a ambos lados de la política y convertiría a los ‘zurdos’ en aquello que sus contrincantes dicen que son. 

 

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