Rosa Román

El divorcio no es para el verano

16/08/2024
 Actualizado a 16/08/2024
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El divorcio es una ruptura; una decisión judicial disuelve tu matrimonio y pierdes los derechos sucesorios entre tú y tu cónyuge, la pensión de viudedad y las obligaciones derivadas directamente del matrimonio, para bien y para mal. Así que este lío no es para el verano, ni el otoño, el invierno o la primavera, sino que es para racionalizarlo y evaluarlo. Cualquiera que sea la causa que te enerve de tu pareja, trátala con objetividad, perspectiva y de manera pausada. Aunque la mayoría de los divorcios surgen al finalizar los períodos de vacaciones, la mayoría se produce el septiembre. León, este primer trimestre, ha sido la segunda provincia de la CCAA con mayor número de divorcios. Parece ser que algunos tienen prisa por ser libres antes del verano.

Sabemos que alguien puede romper un vínculo por incontables causas, pero recopilo las recogidas en un estudio realizado por la revista Couple and Family Psychology, en 2023, donde enumeró, de mayor a menor porcentaje, los motivos más frecuentes: falta de compromiso (75%), infidelidad (59,6%), conflictos y peleas frecuentes (57,7%), gente casada demasiado joven (45,1%), problemas económicos (36,7%), adicciones a sustancias, tipo drogas o alcohol (34,6%), violencia doméstica (23,5%), problemas de salud (18,2%), o poco apoyo por parte de las familias originales (17,3%). Es que la mente humana es muy compleja, y encajar dos personas para toda una vida resulta un mecano muy difícil de armar; siempre hay una pieza que falta o que sobra. Cualquiera que esté o haya estado casado entiende que en la convivencia diaria se fraguan estos problemas, y el verano parece ser que los amplifica y la gente decide dar carpetazo. El motivo suele ser ‘el todo o la nada’: todo el tiempo libre y nada de comunicación. Los días y las noches se alargan, todo es más intenso y dinámico.

Convivir a tiempo completo saca a la luz los problemas ocultos durante el resto del año, con sus rutinas establecidas y pocas horas juntos. El verano convierte los minutos en horas, las horas en días, y los días en semanas. Demasiado roce resulta inadmisible, nadie aguanta a nadie, incluso no aguantan a su propia sombra. El verano hace saltar por los aires el espejismo de esas vacaciones deseadas e idealizadas durante el invierno. Aparecen intereses personales contrapuestos: tomar el sol bajo una sombrilla y apurar dos daiquiris, leer a la sombra de un árbol, dormir, nadar, no hacer nada, perderte por la montaña o iniciar el Camino de Santiago. Pero si no compartes aficiones y cedes en todo, es cuestión de tiempo que te canses y explotes. Luego está el asunto de los hijos pequeños, y el nuevo reparto de las tareas y responsabilidades de manera equitativa; nada de ir a comprar el pan y regresar tres horas más tarde, cuando el otro lleva toda la mañana aguantando niños y cocinando.

Aunque la casa se libere de horarios invernales estrictos y todo se relaje, al final se convierte en una feria, y alguien te reprocha: «Eres muy egoísta, solo piensas en ti, nunca estás cuando te necesito…». Y tú piensas que no te entiende. Porque solo quieres vivir, ‘acumular experiencias’, que has leído o escuchado a algún amigo que la vida va de ‘eso’, y no quieres perdértelo, porque dicen que si no, sentirás un vacío, aunque luego, recostado en tu almohada pienses que no es para tanto, o sí. Y continúas con las cenas, las meriendas, fines de semana inventando cómo pasarlo mejor que bien, y alquilas una cabaña ‘ecológica’ en ‘no se qué lago’ que encontraste por internet, mientras los niveles de tu cuenta bancaria bajan en progresión geométrica, y te endeudas hasta el próximo verano, y aparece el drama, y, probablemente, termines sentado junto a tu pareja en el despacho de un abogado en septiembre. Porque no hay humano de clase media que aguante ese ritmo de excesos durante varios veranos. 

Así que, antes de sentarte frente a un letrado, valora si tienes una crisis personal, de identidad, vacío emocional, o hastío, o un ‘totum revolutum’, y pide ayuda psicológica. Mientras tanto mantén la calma y reflexiona. Alguien me dijo una vez, que el divorcio no era un buen negocio; aunque su caso no era muy común, arrastraba tres matrimonios, tres divorcios y varios hijos con cada uno. Es lógico que no considerara buena opción el divorcio, aunque llegó a la conclusión algo tarde. Porque el primer paso para que exista un divorcio es que exista el matrimonio.

 Y es que la vida es un compendio de decisiones. Dos personas se conocen, y de repente, sin entenderlo, se les activa la glándula pineal, el sistema límbico se descontrola, se desmadra, enloquece, surge un flechazo, una punzada en el estómago y se lanzan a la aventura del flirteo y del amor, incluso se casan. Pero los finales felices de Disney, lo sabemos, son otra cosa. Compartir techo 24 horas / 7 días, confunde y requiere espacio.

Quedan dos semanas para finalizar las vacaciones de agosto y son incontables las veces que he escuchado en una terraza, paseando o cruzando un semáforo, frases como estas: «Ya no aguanto más, me divorcio, no lo/la soporto». Imagino que es normal en una sociedad con tendencia a meterse dopamina en vena, a buscar emociones con un frenesí descontrolado en redes sociales engañosas, y que mires a tu lado, compares, y te digas: «Ufff, esto no es lo que yo buscaba pero es lo que tengo». Tranquilidad, ya sabemos que todo es falso. 

Porque el divorcio, además de ser un asunto serio, es un cambio de estructura social y mental, y hay que estar muy convencido para dar el paso. No todo en la vida son inyecciones de dopamina ni una sucesión veranos o inviernos alocados, sino de beber a sorbitos esos momentos de paz, al alba o al anochecer, solos o acompañados; da igual, lo importante es vivir con paz -no dejan de repetirlo desde la Universidad de Harvard-. Ya se sabe que la convivencia, la cotidianeidad, la evolución personal, los cambios de paradigmas, de gustos y de ideas, van reconfigurando y reescribiendo tu mapa de vida, y lo que planeaste hace una década ya no encaja en tu tetris mental. 

A propósito del tema, una amiga me confiesa: «No soporto a la familia de mi marido, y él es un aburrimiento de persona, no le gusta el campo, ni la montaña, ni esquiar, ni el mar, ni nadar, ni el cine, y odio que me toque, es un palurdo». No sé qué decir, porque no debo decir nada. Respondo con una pregunta: «¿Cuando lo conociste, cuando te embarcaste en montar una boda e hipotecarte con él durante media vida, lo pensaste bien?». Bueno, no pensé que me iba a hacer mayor, responde. Me quedo ojiplática y ataco. «Vamos a ver, querida, no es lo mismo comprar dos entradas para ver un concierto de Cold Play que casarte y endeudarte durante veinte años con una persona; sin ánimo de ser una pelma, aparca el divorcio y reflexiona». Ella calla, yo dudo si he sido demasiado dura. Porque es muy fácil dar lecciones morales sin estar en el ‘asunto’. Pero si decides romper porque te han roto o has roto, recuerda que el protocolo, las buenas maneras y la cortesía ablandan las situaciones más tensas, y si tienes hijos te lo agradecerán. Es mejor no ser vulgar ni irracional. Ser amable requiere talento y si alguien te hiere conscientemente, manténte tranquilo, digno y sonríe. Analiza las circunstancias y recuerda si alguna vez tú también dañaste sin pensarlo.

Fuera dramas, fuera histeria, no te tomes nada personal. Nadie es responsable de la felicidad del otro. Las relaciones humanas, funcionan habitualmente fatal, por nuestro egocentrismo, nuestra ingratitud, y por nuestra falta de autocrítica. Por último, una vez que hayas llorado todo lo llorable, hayas meditado todo lo meditable, acepta lo que no se puede cambiar, perdona todo lo perdonable, lo imperdonable, y levántate y empieza a vivir, sin sufrimiento y sin ansiedad.

Si después de este repertorio moral, a alguien le apetece divorciarse, reitero, es más bonito hacerlo sin odio, ni rencor, con elegancia, con humor e inteligencia, por nuestro bien mental, el de nuestra familia y nuestros hijos. Como decía ese amigo ‘tridivorciado’: «El divorcio no es un buen negocio». Porque el verano está para disfrutarlo, ya llegará septiembre y se verá…

 

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