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Don’t be rude

23/03/2025
 Actualizado a 23/03/2025
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Dos filósofos contemporáneos, Faemino y Cansado, retrataron una actitud en un gag memorable: Faemino fuma en un lugar donde está prohibido y Cansado, con la gorra de plato signo de su autoridad, le insta a no hacerlo. Sin embargo, el fumador primero niega tener el cigarrillo que vemos humear en sus dedos, después afirma que no es suyo y que lo fuma solo para que no se apague, para acabar diciendo que enseguida acaba y, con esa dilación, terminarlo. Ninguno pierde las formas en ningún momento. 

Esas argucias de salón no están de moda ya; el truco ahora consiste en achacar a los demás exactamente aquello de lo que adoleces. Proyectar, le dicen, o, más en plata, dar la vuelta a la tortilla. De ahí que veamos tantos zumbados empleando jergas científicas para defender estupideces medievales con el argumento de que todo el mundo tiene una opinión o una política basada en negligir, escaquearse y, luego, ofenderse con los demás. El síndrome de El Ventorro.

El caso del presidente de Estados Unidos es ejemplar, y como tal modelo lo siguen sus monaguillos ultras. Sus dos frases favoritas y acusaciones más habituales son: «no seas grosero» y «noticia falsa» –Don’t be rude!, Fake new!– todo con mucha gesticulación y una carraspera amenazante para acallar a quienes disienten. Es exactamente eso lo que él hace: ser grosero y proferir falsedades, datos imaginarios o absurdos y una actitud maleducada con los que intimida a sus interlocutores, sean la prensa, rivales políticos o, ahora, mandatarios extranjeros.

Lo de hace unos días en el famoso Despacho Oval abrió una nueva época. Pero no por el tono o la conversación, que no resulta difícil suponer se haya producido tal cual en otras ocasiones, pues la nómina de los presidentes norteamericanos no es precisamente un santoral laico como el que reverencian en sus películas sobre la forja de una nación. Tipejos de la Casa Blanca que cualquiera recuerda sin recurrir a las series de ficción seguro que amedrentaron de mala manera a quienes tuvieron la osadía de contradecirles en estancia tan hollywoodense. Lo nuevo es la retransmisión en directo de ese amedrentamiento; lo nuevo es la falta de respeto. Porque Zelenski era, ante todo, un invitado, estaba en casa ajena llamado por el dueño para conversar. Imaginen que invitan a su vecino para, sin aviso, escarnecerlo frente a otros (sin tratarse de una reunión de la comunidad de vecinos). Lo nuevo es que ya no hay reglas de urbanidad, que la vieja práctica diplomática se ha hundido en la zafiedad de las frases cortantes y el lenguaje gansteril y machirulo.

Si hubiera que actualizar aquel gag del fumador, a la primera reconvención se pondría muy digno sintiéndose agredido, acusaría al policía de coartar su libertad amenazándole con normas inventadas y, quizás, hasta le llamaría woke o cualquier otra excusa para seguir echando humo encima de los demás. Ni puta gracia.

 

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