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Don Bernardino, in memoriam

21/04/2019
 Actualizado a 16/09/2019
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Se nos fue hace quince días. La noticia llegó entre inseguridades. Algunos medios la comentaron levemente. La diócesis pidió por su eterna Paz el pasado lunes en la parroquia de la Asunción de Mansilla de las Mulas, en la que fue bautizado en 1934 y donde celebró su primera misa solemne en 1958. Es lo menos que podíamos hacer.

Nos sorprendió la noticia, cuando lo último que sabíamos de él, por terceros o cuartos, era que estaba muy bien de físico y de psíquico. Pero una maldita (o bendita, Dios sabrá) caída ‘a lo tonto’ y un derrame cerebral, después, acabaron con el capítulo de desarraigos progresivos de la vida terrena de Don Bernardino M. Hernando, Don Bernardino a secas para sus discípulos y amigos de aquí. En Madrid vivía en la distancia, sin olvidar orígenes y derroches de juventud. Había dejado León en 1969 para pasar a ser ciudadano del mundo. En Cistierna, en el Seminario Menor, en la parroquia de San Martín, en Radio Popular, en la Acción Católica de Jóvenes, en su criatura más querida, original y arriesgada que fue Forecu… había empezado a repartir bondad, agudeza de ingenio, satisfacción de vivir, ilusión por poner andamios, humanismo del bueno… Con encomiendas jerárquicas (Cistierna, León, semanario ‘Vida Nueva’ en Madrid…) o sin ellas (diario ‘Informaciones’, revista ‘Tribuna’, Facultad de Ciencias de la Información, Asociación de la Prensa de Madrid…), prodigó agudeza para escrutar y definir lo exterior, con su mirada penetrante y limpia, su sonrisa pícara y benevolente, y su voz gutural que era como de terciopelo. Fue generoso en dar y en darse, en consejos, acogidas, presencias, con nota para el signo contante de miles de libros que nutren la Biblioteca Municipal de su villa natal. Fue honrado y coherente, según testimonio de quienes lo trataron hasta los últimos días de su vida; por serlo, levantó el campo discretamente cuando tufillos institucionales y personales le sobresaltaron en mal día. Se aferró a la fidelidad a la verdad (no podía ser menos en lo que fue su profesión principal) y a quienes la portaban; hizo cierto el adagio, con dolor y entre desconciertos, de que «amigo mío es Platón, pero más amiga es la verdad». Los traqueteos de la vida, no sin desencantos, le fueron haciendo un hombre firme en convicciones y decisiones, e intransigente con el fariseísmo de las personas y con los ocultamientos (vergonzantes) de la verdad. Que esa Verdad que buscó y cantó, estéademás siendo para él Camino y Vida. Por algo hoy es Pascua de Resurrección.
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