Estamos en carnavales. Las calles de pueblos y ciudades se llenan de colores, algarabía, música. Multitud de personas que salen a divertirse, disfrazadas o no, en unas fiestas cuyo origen no está muy claro.
Algunos autores sugieren que podría remontarse a los festejos realizados en honor a Baco, dios romano del vino. Tal vez a las lupercales o saturnales romanas.
En cualquier caso, conservan ese matiz de desinhibición que atrae como un imán. Se dice que en carnaval todo vale. Aunque siempre hay disfraces y canciones de comparsas y chirigotas que generan polémicas. Ojos críticos que no se toman días libres.
No falta material surrealista de plena actualidad sobre el que ironizar, desde luego.
También hay noticias que no tienen ninguna gracia.
El desencuentro entre los presidentes de EE UU y Ucrania, sobre la guerra con Rusia, mantiene a Europa navegando en un mar de incertidumbre y tensión. La primera fase del alto al fuego en el otro conflicto armado, el que se libra entre Israel y Hamás, ha llegado a su fin. La amenaza de que vuelvan los ataques ensombrece el futuro desarrollo de los acontecimientos.
Y en nuestro país siguen aireándose escándalos, continúa aumentando el descontento de distintos colectivos y las reivindicaciones de unas condiciones más justas.
Se ha hecho público el pasado viernes el informe anual sobre dependencia. Los datos son, por decirlo de forma suave, bastante mejorables.
El tiempo de resolución de las solicitudes se ha incrementado. Hay una lista de 270.325 personas dependientes esperando para ser evaluadas o para recibir las ayudas que tienden a ser low cost, claramente insuficientes. Se estima que cada 15 minutos muere una de esas personas sin ser atendidas.
El problema reside, como siempre, en una deficiente financiación destinada a algo tan importante como el adecuado cuidado de nuestros mayores.
Pero hoy vamos a aparcar los temas serios. Toca disfrutar y reír. Como cantaba la gran Celia Cruz, no hay que llorar, que la vida es un carnaval.