19/09/2023
 Actualizado a 19/09/2023
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Cuando me disponía a pensar en el tema de la semana para esta columna, recibí la noticia del fallecimiento de Don Esteban Miguélez. La verdad es que no siempre es fácil decidir sobre qué escribir. Desgraciadamente la situación esperpéntica que está viviendo España da pie para muchos comentarios, pero aunque no ha de resultarnos indiferente, a veces también cansa y deprime. Hoy eso no va a suceder. Y, aunque la muerte nos entristece, resulta gratificante poder recordar con gratitud y cariño a una buena persona y a un gran médico como era Don Esteban.

En Astorga y comarca todo el mundo lo conoce. Un servidor tuvo la suerte de tenerlo como vecino y como médico en mi pueblo de Quintana del Castillo. Antes estuvo en Castrocontrigo, y me consta que dejó muy buen recuerdo. Finalmente ejerció en Astorga y también como médico del Seminario.

Sin duda que son muy importantes los avances de la medicina y todo aquello que contribuye a tener mejores fármacos, pero no menos importante es la actitud del médico, que con su manera de comportarse, con la energía positiva que transmite, contribuye enormemente al bienestar del enfermo. Y en esto Don Esteban era un verdadero maestro. Su sencillez, su cercanía y su sentido del humor eran ya de por sí un gran alivio.

Me vienen a la memoria algunas de las múltiples anécdotas. En cierta ocasión una señora acudió para que le recetara penicilina, sin más, antes de que el doctor le preguntara lo que le pasaba. Ella insistía que no hacía falta, hasta que por fin le dijo la verdad: «Es que es para el cerdo, que lo tengo malo». Don Esteban no se alteró y le pidió la cartilla médica. Después de observarla dijo: «Aquí no viene inscrito el cerdo. No tienes más que ir a que te lo incluyan y después te receto la penicilina». Otra vez se dio la circunstancia de que una paciente, que tenía la manía de asistir todos los días a la consulta, dejó una semana entera de ir. Cuando volvió, Don Esteban la recibió con estas palabras: «¿Qué pasa? ¿Has estado enferma y por eso no has podido venir?».

En un mundo en el que hay tantas personas corruptas, soberbias, egoístas, malhumoradas, deshumanizadas, nada serviciales, es de agradecer que haya gente buena como Don Esteban que puso lo mejor de sí mismo al servicio de los demás. 

Don Esteban era, además, un buen cristiano y nunca se avergonzó de vivir esa fe heredada de sus padres en su pueblo natal de Santibáñez de la Isla. Estamos seguros de que al morir habrá escuchado: «Siervo fiel y prudente, pasa al banquete de tu Señor».

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