Cristina flantains

Doomsday Clock (1)

13/03/2024
 Actualizado a 13/03/2024
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Tardé tiempo en oír hablar del Doomsday Clock y reconozco que me impresionó descubrir que con este reloj se puede averiguar a cuánto tiempo estamos de que se produzca lo que llaman la Media Noche de la humanidad. Desde entonces, todos los años se cruza en mi camino la noticia sobre cuánto queda para el desenlace. Este año, a fecha de hoy, mientras escribo esto, el mundo está a 90 segundos de la medianoche. Qué locura, el fin de los fines está ahí ¡y yo con estos pelos!

A veces resulta insoportable este lastre, inherente a nuestra especie, de ser presuntuoso. Así como, el desasosiego que produce, no estar ya a menos de 90 segundos del fin de la humanidad, sino que alguien se crea legitimado para erigirse en adalid del fin del mundo, del apocalipsis, que decían nuestros mayores: el mismo perro, pero con distinto collar (hay cosas que no somos capaces de dejar atrás).  

Y me desasosiega, igualmente, la frivolidad con la que se meten en el mismo saco conceptos básicos con intenciones sesgadas. El miedo siempre ha sido un arma arrojadiza de primera y el tiempo siempre ha sido la quinta esencia de las cuestiones en las que la humanidad se ha entretenido en dirimir su historia. Bien podían haberlo llamado de otra manera. Allá por 1945, cuando a un grupo selectos de sabios, entre los que se encontraban Albert Einstein y J. Robert Oppenheimer, se les ocurrió, reflejar en este singular reloj, el instante en el que el fin del mundo iba a acontecer, decían que se podía calcular si estábamos muy atentos a las señales, si sabíamos leerlas.

¡Leer las señales! Y es que, claro, eran tiempos en los que era fácil, pues la señales eran, sobre todo, guerras con armamento nuclear. Pero ha ido pasando el tiempo y se ha ido complicando, como si el tic-tac de este reloj estuviera envenenado y ahora hay que tener en cuenta, a mayores de los conflictos bélicos, el cambio climático o la inteligencia artificial. Y quién sabe, si el reloj cambia de muñeca, igual se incorporan a la lista otras lecturas indecentes que impliquen más herramientas para dirigirnos y ponernos al servicio de algún mercenario (pongan el nombre que quieran). En definitiva, cada vuelta del minutero del Doomsday Clock arrastrara un lastre infernal.

Y digo que bien se podía haber llamado Doomsday calculator o Doomsday Katherine Johnson (en homenaje al ser humano que mejor ha calculado lo calculable en la historia de la humanidad) y así preservar al concepto tiempo de esa arista de realidad tan nuestra y tan perversamente narcisista y manipuladora. Ni sabemos cómo hemos venido, ni sabemos cuándo nos vamos a ir por mucho que inventemos un reloj que marque las horas y la señora Martyl Langsdor lo revista de una estética singular.

El cometido del tiempo es poner orden donde aparentemente no lo hay sin intervenir mucho más, sin  pedir ni dar explicaciones. Y que, en el transcurso de este acontecimiento que es la vida, cada uno organice sus hebras como le plazca. Habrá quien teja una red mientras espera, como Penélope; quien se embarque en un viaje interminable en busca de Ítaca; quien se afane con su roca como Sísifo. Y habrá quien se entretenga describiendo su esencia, largo y tendido, como María Moliner

…«Magnitud en que se desarrollan los distintos estados de una misma cosa u ocurre la existencia de cosas distintas en el mismo lugar. Se le da con mucha frecuencia un valor patético como sucesión de instantes que llegan y pasan inexorablemente y en los que se desenvuelven la vida y la actividad»…

El tiempo y el amor a la vida… y el fin del mundo ¡para quien lo quiera!

 

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