«Al despuntar la aurora, hazte estas consideraciones previas: me encontraré con un indiscreto, un ingrato, un insolente, un mentiroso, un envidioso, un insociable. Todo eso les acontece por ignorancia de los bienes y de los males». Así comienza Marco Aurelio el libro II de sus Meditaciones. Avisados estáis, parece decir. Qué no os afecte, terminará aconsejando. En este catálogo de especímenes humanos, lo mejor de cada casa, sin embargo, ha olvidado incluir al que se levanta ya de la cama pensando cómo fastidiar al personal. Todos conocemos a alguno así, que vive por y para dar fastidio, y con tal de fastidiar no le importa perder ni hacer el ridículo ni lo que digan de él. Pero también en esto hay grados, los hay que se afanan y le dedican tiempo y los hay con talento, con el don de fastidiar, llegando en ocasiones a la genialidad.
Mi madre me ha hablado muchas veces de un hombre de Benavides que sin duda había sido bendecido con un instinto desarrollado para dar fastidio. Omitiré su nombre, aunque todos los que lo conocieron ya están muertos, porque no hay necesidad de fastidiar a nadie. A este elemento lo que más le gustaba en la vida era fastidiar a su mujer y por dar fastidio a la buena señora lo mismo era capaz de sacar de casa el caballo de culo, que meterse a dormir en la cama con galochas. El nacido para fastidiar asume con gusto toda molestia siempre que consiga fastidiar, y no le importa dormir con galochas, si a cambio ve un gesto de disgusto en su mujer.
Pero su sabia esposa, sin haber leído a Marco Aurelio, sabía que estos tipos se alimentan del disgusto que provocan, que de nada vale argumentar ni razonar con ellos y que uno nunca debe indignarse, hagan lo que hagan, porque esa es su victoria. Esta sabia señora sabía que el antídoto era la indiferencia, un bumerán que terminaba por fastidiar al fastidiador. Qué quería dormir con galochas, pues qué calentín. Qué el caballo de culo, qué buena idea. Y así con todo. Era inmune.
Una estoica sin saberlo, que hacía de la indiferencia una virtud y así, además de no darle el gusto al otro, seguro que se divertía. Parece ser que el estoicismo se ha vuelto a poner de modo, quizás porque es un aceptar lo que nos venga. Recuerdo a uno que trabajaba en la biblioteca de Ciencias de la Información que me decía cada mañana: «Verlas venir, dejarlas pasar y si te mean en la pechera, decir que llueve». Lo de este hombre ya era nivel santo.
Y la semana que viene, hablaremos de León.
Dormir con galochas
07/06/2023
Actualizado a
07/06/2023
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