Ante la nueva buena de mis últimas inspecciones técnicas de varón que se han resuelto sin ningún cambio zodiacal, utilizo el sereno amanecer de hoy, día en que escribo y amaina el interno temporal en que zozobré meses, para hablarles de los dos últimos libros de poesía que me han ayudado a, en apariencia, pairar las últimas y apremiantes galernas del será o no será, habrá o no habrá, de una honda e íntima incertidumbre. Y ya ve, de nuevo, más fuerte y profundamente aún, estos días, en mis lecturas y relecturas -a mi dura mollera se ha de sumar mi vicio por los placeres- de dos libros recientes –‘El húsar melancólico’ y ‘Lo que deja de verse en el fulgor’– de dos poetas leoneses –José Luna Borge y Antonio Manilla respectivamente– he experimentado, y más que agradecido cómo «La poesía ayuda a vivir», cual reza el lema de la revista Ítaca que, en la Asturias transmontana, dirige la poeta Isabel Marina.
Sí, apuntaré algunas –espacio es espacio– de las emociones que me han provocado dichos libros. Y digo emociones porque, lego en artes y por ello en poéticas, como ya he dicho más de una vez, a la hora de gustar y degustar cualquier arte sólo aplico la enseñanza recibida años ha de Jaime Quindós y Sira Martín Granizo, ‘Por amor al arte’, en el Ateneo El Albéitar, cuando preguntados por mí sobre cómo saber qué es arte, me respondieron, «si te emociona, es arte». ¡Ah verbo emocionar! Con qué larga lista de sinónimos me has enriquecido.
Así, cómo no emocionarme cuando desde el primer poema, ‘La nada cotidiana’, me amaestra José Luna Borge para los presentes y venideros días con su «Mirar pasar la vida con los ojos / de un niño convencido de que nada / tiene más importancia que las cosas / que pasan ante nosotros a diario», lección evitar la pérdida de los días que ‘Se fueron’ («Los buenos días perdidos / nadie sabe dónde están. / Llegaron con su afán y / sin darnos cuenta se han ido»).
Y así, cómo no hacerlo cuando Antonio Manilla desde el primer poema (¿o ensayo poético?), ‘Poética’, me adiestra en ella con: «Al fin y al cabo, nada más es esto / la labor del poeta: / sacar a flote el barco que se escora / el carbón a la luz y las palabras / subirlas hasta el verso / que brilla y atempera como un blues. // Encontrar la alegría en la tristeza», pues al fin ‘Somos’: «…esos rastros de espuma que las olas / dejan sobre la arena de una playa / al retirarse el mar, deshechos al instante. // Apenas nada más».
Lo dicho: dos suertes, dos libros que, de ser usted, no dejaría de leer. ¡Salud!, y buena semana hagamos.