27/11/2016
 Actualizado a 18/09/2019
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¿Tienes sed de mis crónicas? Pues bébete este té de palabras aromáticas que recolecté», rima Kase O, el gran rapero español al que tuve la suerte de conocer esta semana. Me hizo tanta ilusión (me dijeron que tenía la sonrisa de un niño en la mañana de Reyes) que casi no fui capaz de articular palabra en los dos minutos que estuve con él, y el resultado es que ahora me vacila hasta mi primo adolescente, al que le hace mucha gracia que tanto mi ídolo como yo peinemos ya bastantes canas como para andar con esas rimas. Mi primo Julio, que a menudo se comporta de una forma más madura que yo, pasó este verano por el trance de ver cómo millones de personas de todo el mundo le arrasaban a sus admirados Pokémon. Viendo que los cazaban mayores, medianos y pequeños, asiáticos, europeos y americanos, en las ciudades, en los pueblos y hasta en los desiertos, perdió el interés por los que eran sus personajes favoritos, y ahora intenta mantener a salvo de las multitudes a su querido Flash. Le dije que a mí me había pasado lo mismo con Extremoduro, un grupo que, como supongo ahora que le ocurriría a otros miles de jóvenes en todo el país, en su día creí haber sido el primero en descubrir, y que dejó de interesarme en el momento que vi a las más pijas de mi clase con sus camisetas. Ver a muchas personas pendientes de un mismo asunto nos hace perder la perspectiva y resulta fácil que pase a formar parte, aunque sea de forma indirecta, del territorio de la ficción. Es algo que se podría suponer, y hasta perdonar, si hablamos de modas, desde ese Black Friday de exaltación del consumismo (durante el que paradójicamente fue a morir Fidel Castro) hasta esa estúpida forma de luchar contra las injusticias que consiste en hacer el maniquí (en la que, aunque tampoco presumamos de ello, los leoneses fuimos pioneros, porque siempre hemos estado haciendo el maniquí ante nuestros problemas), pero resulta preocupante cuando se trata de un asunto tan grave como la violencia de género. Esta semana hemos asistido a una gran cantidad de emotivos actos que, por su exceso, por su repetición, por su hipocresía en algunos de los casos, por su cutrerío en otros, temo que hagan perder fuerza al mensaje de la necesaria concienciación de la sociedad ante un asunto así. El que no sabía a qué dedicar un taller de manualidades, una conferencia, un tuit o una rueda de prensa (también, hay que decirlo, el que no sabía a qué dedicar una columna), el que quería aparecer en una foto o mostrar su lado más solidario... todos ellos han recurrido al lazo violeta. Habrá quién piense que todas las iniciativas encaminadas a concienciar a la sociedad contra la violencia de género serán pocas, pero la gravedad del problema hace que su solución no pase sólo por la concienciación de la sociedad, sobreinformada y en ocasiones también sobreconcienciada, sino por la eficacia de la legislación y por la mejora de las medidas seguridad que puedan evitar más crímenes de estas características, y, sobre todo, la solución definitiva y real pasa por la educación. Y mientras nos hacemos fotografías muy solidarias a las puertas del Congreso, dentro seguimos negociando la enésima reforma del sistema educativo español.
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