31/05/2023
 Actualizado a 31/05/2023
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Hablábamos la semana pasada sobre la idoneidad de revisar ciertos refranes, no fuera que, por circunstancias sobrevenidas, algunos hubieran quedado desfasados. No obstante, hay otros que se mantienen válidos para todo tiempo y lugar, son universales, absolutos, como el imperativo ético kantiano. Uno de estos últimos es el de: ¿No querías caldo? Pues toma dos tazas.

No había acabado uno el ramadán autorecetado de abstinencia de noticias de campaña, cuando en menos de horas 24 –como muchas de las obras de teatro de Lope– nos vemos metidos en otro sarao de mítines, eslóganes, insultos, promesas y buzones llenos de propaganda que toda ella junta daría para una buena hoguera. Apenas he tenido un resquicio por el que mirar algunos titulares de las cosas pasadas en este tiempo en el que he estado «retirado a la paz de estos desiertos». Una que salió a fumar y no volvió a la mesa electoral y no sé qué escándalos de compra de votos en algunas ciudades y municipios.

En mis tiempos de profesor de Filosofía Política, recomendaba a los alumnos un librito delicioso de Norberto Bobbio titulado ‘El futuro de la democracia’. En sus páginas analizaba con la sencillez de un sabio las causas por las que el modelo de democracia concebido tras la hecatombe de la II Guerra Mundial hacía aguas. Una de ella, sin mencionarla por su nombre, hablaba de la pescadilla y de su cola. Los políticos han hecho dejación de su función, que no es otra que la de gobernar para crear las condiciones propicias para una saludable convivencia y se dedican a ver cómo pueden ganar elecciones. Y las elecciones se ganan con los votos. Y los votantes votan si te han puesto un frontón en el pueblo, si te dan un bono cultural para gastar en comics o videojuegos, si el tren tiene apeadero o vas los martes al cine por dos euros. Así que, los políticos nos dan lo que queremos con tal de que les votemos, compran y vendemos nuestros votos. Este es el juego, un juego más propio de niños que no saben aplazar sus inmediatos deseos y pensar a medio plazo, como tampoco sabemos aceptar un mínimo de sacrificio ahora para un bien futuro.

Esto de la compra de votos me ha recordado a la escena de Casablanca en la que el Capitán Renault cierra el Café de Rick, que en realidad era casino, al grito de: «Qué escándalo, qué escándalo, he descubierto que aquí se juega». Pues eso, qué escándalo, nos compran y vendemos nuestros votos. Me voy a hibernar. Despertadme en primavera.

Y la semana que viene, hablaremos de León.
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