La semana pasada se conocieron los resultados del informe PISA de adultos, que consiste en la evaluación de determinados campos de conocimiento entre mayores de 16 años. Aparte de las estadísticas y la posición que ocupa España en la lista de países participantes, hay una conclusión que coincide con el informe PISA de estudiantes menores de 16 años.
Merece atención el nivel en comprensión lectora. Ha disminuido de forma contundente en ambos casos con respecto a la anterior evaluación. Esta bajada es mínima, no obstante, en adultos mayores de 50 años.
Es fácil de interpretar, hay un error de base en el sistema de educación que repercute en un futuro inmediato. España ha recortado distancias con el resto de los países. Pero esto no significa que se haya mejorado, sino que el nivel de los demás ha disminuido.
Es inevitable preguntarse a qué se debe esta situación, cuanto menos, inquietante. Porque las expectativas no se antojan alentadoras.
Escasez de docentes, cambios continuos en los temarios o en la forma de impartir las clases que generan desconcierto, son algunas de las causas.
También los problemas crecientes de concentración de los alumnos, muchos de ellos incapaces de mantener la atención más allá de unos minutos. Y el empeoramiento de la salud mental de jóvenes y adolescentes tampoco es asunto baladí.
Insisten una y otra vez profesores, psicólogos y demás expertos competentes en la materia, en que la tecnología tiene bastante que ver en esto.
El uso excesivo de pantallas o la influencia de las redes sociales pueden conducir al ciberacoso, a la vulneración de la privacidad con publicación de datos personales. Pueden causar ansiedad, depresión y varios efectos secundarios más. Se han hecho multitud de estudios sobre el impacto negativo que tienen, sobre todo, en personas vulnerables por su edad.
La tecnología y sus herramientas, como las polémicas inteligencias artificiales, ¿son un peligro?
Quizás el peligro es la falta de límites y de un interés real por establecerlos.