29/10/2021
 Actualizado a 29/10/2021
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Cerca estaba octubre con su final vinícola a punto y los magostos asomando la cabeza. Transcurría el 24, domingo como todos engarzados al descanso laboral o voluntario. El año que lo abrazaba era el 2021 dando posibles coletazos a la pandemia y la ‘locomotora’ existente frente a El Corte Inglés con los cartuchos de castañas calentitas a punto. Niños y papás gozaban de dicho manjar un montón. Yo circulaba en un autobús y ganas me dieron de abandonar el mismo y comprarme un cucurucho. No obstante no lo hice. Proseguí mi ruta hasta correos, obviamente cerrado. Al llegar a su altura me apeé y emprendí una caminata no demasiado larga.

Un copioso sol calentaba regular, aunque yo diría que señalizaba gustoso el río con un abundante caudal en tanto clareaba con generosidad la ciudad, la cual bullía especialmente en el Paseo de Papalaguinda donde una vendedora anunciaba con una voz chillona que apuntaba a unos pulmones sin nicotina, resistentes, dos prendas por tres euros; la que estaba a su vera hacía lo mismo reiterando jerseys femeninos a diez euros; su vecino de ‘stand’, el tercero, orientaba su roncavoz anunciando cuentos infantiles que a mí me transportaban a Fabero con tan sólo Elenita en la casa gris, deHilde Gir , aquella niña de ojos azulones y amplia sonrisa que quería saltar desde la cubierta del libro y ponerse a jugar conmigoa las muñecas de cartón, las tabas, el escondite, el limbo o las muñecas o la comba o subirse al columpio hecho por mi padre con cordel atado de un árbolno excesivamentealto y apenas ninguno más. Fui una niña sin libros. Mi humilde familia no poseía dinero para una diminuta biblioteca, pero qué digo biblioteca, ni siquiera media docena de cuentos y en Fabero del Bierzo por aquel entonces tampoco existía biblioteca pública alguna. Es decir, mi infancia ha sido una infancia sin libros. Pero ahora no toca hablar de eso, sino del sol bastante copioso que calentaba los frágiles techos de los tenderetes del rastro en tanto obligaba a poner las gafas solares.

El rastro o rastrillo. Hacía años que no acudía al concurrido rastro. Ese domingo lo hice con brevedad. Mi dirección era otra próxima y distinta. Sólo tenía que cruzar el puente que desembocaba en el palacio de los deportes. Allí encontraba la emoción, el interés, una pasión de elevado volumen y la tensión. Allí hacía la ola, cantaba el himno identificativo, aplaudía, coreaba otras expresiones nada irreverentes... Innecesario buscar mi asiento. Vecino siempre a ‘Los tambores de Calanda’, tal y como denomino yo a los chiflos, chiflatos, tambores, trompetas, trompetillas, timbales, bombos y gentes de la peña a mi vera verísima, Buñuel, Buñuel, Luis, Luis, Viridiana, Belle de Jour (Catherine Deneuve), ‘Ese oscuro objeto del deseo’… conmigo vais. Buñuel, Buñuel, «ateo por la gracia de Dios» en sus propioslabios , no importa que no haya llegado la Semana Santa ni siquiera su aproximación, los tambores de Calanda , infatigables, invisibles mueven la peña ademarista, si bien este último choque del equipo caserocon el Granollers nos ha ensombrecido el ánimo. ¡Vaya derrota tan derrota en el parquet leonés! Cuanto antes deseo encerrarme en casa y escuchar aunque sólo sea el barullo atronador de los estorninos entrada la noche, aunque, repito, detesto su voz imposible e invasora. Menos mal que se irán escribiendo con la punta de sus alas la excusa del frío. Quede claro, el equipo balonmanista creado por el hermano Tomás, denominado en la reciente actualidad Abanca Ademar esta temporada amasa derrotas a pilas y habrá que mejorar. En tal sentido resulta certero el análisis que de este partido (32-41) efectúa el compañero analista deportivo Jesús Coca. Sus palabras más o menos dicen así: se trata de un equipomuy nuevo, pleno de jugadores inexpertos en la Asobal y abundante en lesiones, unido a ello lo conforma una plantilla totalmente renovada. Sin duda vendrán tiempos mejores. Manolo Cadenas lo logrará. Lo sabes.
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