La semana nació rota. El lunes era jueves. Siempre el mismo jueves. Aquel que duró apenas unos minutos porque la metralla de las bombas hizo añicos la madrugada, deteniendo el tiempo. El once de marzo, desde hace veinte años, siempre hace frío y es el eterno amanecer de un jueves. Cada año en esa fecha, a la hora en que empieza a rebullir la vida, una joven enamorada coge un tren con su falda más bonita. La elige porque quiere ir guapa para el joven con el que cruza miradas día tras día, mañana tras mañana, de lunes a viernes, de estación a estación, hasta aquel once de marzo en que la vida, la luz y el tiempo entraron en un túnel sin salida. Alguien habrá reconocido alguna frase de esta historia, contada por La Oreja de Van Gogh en su canción ‘Jueves’. Tras una tarde escuchando música relacionada con el atentado del 11M compruebo que casi podría cantarse y contarse al mismo tiempo la barbarie vivida en esta fecha. No costaría recomponer los hechos intercalando y enlazando frases, estrofas y estribillos de diferentes canciones, porque han sido muchos los artistas que dibujaron la tragedia sobre un pentagrama poniéndole cara, sueños, nombres propios y cantándole a la memoria de las víctimas con tanto amor como impotencia.
Es este un recuerdo obligatorio al cumplirse dos décadas del mayor atentado terrorista cometido en Europa, concretamente en las entrañas de Madrid, como dice Luz Casal en su canción ‘Ecos’. Arrancó la semana con fotografías grises llenando las pantallas en las que el tiempo parece un elemento más sosteniéndose en el aire, como una especie de vapor oxidado, dando la sensación de que cada año esté ocurriendo lo mismo. Escuchando un programa titulado ‘Los sonidos del 11M’, compruebas que a pesar de la dureza que muestran las imágenes de vagones retorcidos, personas en pánico y el mundo volcado en unas vías, impresionan aún más los sonidos rasgando esas fotografías grises en las que se detuvo el tiempo. Y si haces caso al locutor y escuchas, también compruebas que aún son peores los silencios. Nunca serán suficientes las canciones para acallar con música tanto llanto y desconsuelo, ni para aliviar el silencio que lo cubrió todo en uno de los días más tristes de nuestra historia. Nunca bastarán las muestras de cariño y de recuerdo hacia ellos y aunque no tengas a nadie afectado, será la edad, pero ha resultado emotivo ver los altares improvisados, las margaritas blancas dando nombre a las ausencias, al fondo, las campanas madrileñas repicando a coro y la misa en la Almudena dedicada a ellos. A los ciento noventa y tres nombres escritos sobre una pared azul intenso y los ciento noventa y tres puntos de luz de un techo, representando a las víctimas del sinsentido y la barbarie. Representado a las ausencias. De intentarlo, no habría música suficiente para acallar el clamor de los once millones de personas que al día siguiente salimos a la calle protagonizando la mayor manifestación del mundo, preguntado ¿Quién ha sido? aunque poco importaba ya, con todo el daño hecho, pretendiendo aliviar con música y flores los vacíos reconvertidos en hojas que hoy penden del Árbol del recuerdo.
Por eso es mejor hablar lo pequeñito, lo abarcable, lo que cabe en una canción, para que la música sea capaz de mecerlo. Música contra el olvido y música para el recuerdo. Canciones que conmueven porque las víctimas duermen en ellas y cada vez que las oímos regresan, se sientan en el vagón, de vez en cuando miran el reloj y bostezan. Algunos habitan en ‘La madrugada’ de Amaral, «en aquel amanecer del que quiere despertar porque no puede ser verdad aquella mala hora». Así, podríamos enlazar una canción con otra. En todas estalla la vida. O la muerte. En todas intenta amanecer y no lo consigue porque hicieron comer metralla a la aurora. En todas es Jueves, las 7:36 es demasiado temprano para morir y Marwan lo canta, lo grita y lo llora: «Han detonado la risa a un estudiante, nunca más sabrá lo que es acariciar. El silencio está gritando en todas partes, qué le han hecho a la gente, zona cero, en mi ciudad…». Uno se pregunta si el estudiante al que canta Marwan no será el enamorado de la joven que se puso la falda más bonita para él. Quizá si nuestros músicos se unieran y ordenaran sus canciones podríamos reconstruir los hechos y retroceder hasta ese momento en que aún había esperanza y Luz Casal tararea «… me despierto en un vagón, ya me he pasado la estación, no me preguntes qué hago aquí, en las entrañas de Madrid».
Da igual los años que pasen. Nunca se acallarán los ecos de aquel día, cuando el silencio gritaba por todas partes y las canciones hicieron masa para intentar vencerlo. Siempre estará ahí la joven enamorada con su falda más bonita, unida eternamente al estudiante al que detonaron la sonrisa aquel día en el que las palomas se fueron todas juntas dentro de un vagón, mientras la metralla rompía una aurora y estallaba la vida en las entrañas de Madrid. O fue la muerte, aunque le hayamos puesto música.