El filósofo, pedagogo y ensayista Gregorio Luri impartió una conferencia en León la semana pasada invitado por el Colegio Internacional Peñacorada y Argumenta y puso el foco en la relación entre lo nuevo y lo bueno en el mundo de la educación.
Porque no todo lo nuevo es bueno, ni lo sustituye. ¿Sin la estabilidad de lo bueno, sabemos a dónde vamos? Innovación sí pero con sentido común, porque si no es fácil caer en la buena voluntad sustentada en ingenuidades de quien piensa que siempre hay que hacer algo para mejorar. Por eso, se hace necesaria la vuelta a una antropología rigurosa. La educación ha sufrido el influjo del mundo de la empresa y de ahí que innovar sea sinónimo de “crear necesidades disruptivas” y que se hable de que, si te duermes, estás fuera de mercado; o de que haya que promover el cambio o de que el rápido devora al lento.
Pero ante el mantra de «cada niño con su ordenador», no perdamos el sentido de la relación cara a cara entre profesor-alumno y el valor de un libro de texto. Aunque todas las cosas importantes son nobles e imperfectas, volvamos a las permanencias antropológicas en ese intento de innovar defendiendo la cultura del esfuerzo. Y dejemos de repetir consignas que se han demostrado falsas (“el 65% de los alumnos de primaria trabajarán en profesiones que aún no se han inventado”) o equivocadas: los propios finlandeses han señalado que llevan años equivocados en temas educativos y que los alumnos de ahora salen mucho peor preparados que los de hace quince años.
Entre las cuestiones que le preocupa está el auge de las clases particulares, el malestar docente o la de identificar escolarización con instrucción; la bajada de resultados y la subida de calificaciones; la psicologización de la escuela, el descuido de la cultura común y el desprecio a la memoria. ¿Cuál es el reto educativo? Generar una cultura innovadora sin renunciar al humanismo, inculcar que el conocimiento es poder.