Cristina flantains

El efecto magdalena (Proust)

26/03/2025
 Actualizado a 26/03/2025
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A mi queridísima Telma ‘in memoriam’

No hace mucho, tomando el aperitivo con unos amigos, mi marido y yo evocamos un recuerdo común, así que, animados por la conversación, él comenzó a rememorar aquel acontecimiento y a contárselo a nuestros interlocutores. Al principio todo encajaba estupendamente, pero pronto me di cuenta de que lo que él estaba relatando no tenía mucho que ver con lo que yo recordaba de aquel suceso. Me callé, por supuesto, pero luego, cuando estuvimos solos, quise cerciorarme de lo que había ocurrido e intenté contrastar lo que yo tenía en la cabeza con lo que tenía él. Por supuesto que en lo básico coincidíamos, pero había tramos del recuerdo en que no tenía mucho que ver lo suyo con lo mío.

Al parecer, mientras él percibía los hechos consumados, yo me quedaba en los matices, por ejemplo, al caminar por la calle; mientras él recordaba que íbamos, yo recordaba que volvíamos. Y cuando estábamos en los sitios, él entraba y yo salía. Y al comer mientras yo cenaba, él almorzaba. Y al llegar al hotel, cuando yo me duchaba para meterme en la cama, él recordaba que lo hacía para salir. 

Cómo son hechos del pasado, me dije, da lo mismo. No va a ninguna parte conciliar ahora esos recuerdos, aunque sí es verdad que si yo hubiera expuesto, ante nuestros amigos, mi parte del recuerdo, el paisaje de los hechos hubiese quedado más completo, la impresión sobre los acontecimientos algo más compleja y la circunstancia narrada no hubiese sido tan antinaturalmente taxativa. O simplemente hubiesen pensado que a uno de los dos se nos iba la cabeza o, ¡quién sabe!, si no hubiésemos dado pie a una pequeña disputa doméstica, tan tremendamente incómoda y corrosiva. 

No es que este hecho me preocupara especialmente; después de treinta años de matrimonio hemos aprendido a vernos y querernos con la suficiente distancia. Pero empecé a explorar en sus recuerdos, y durante muchos días después, varias de nuestras conversaciones comenzaron con un ¿te acueras? Y luego, el asunto se hizo extensivo a la familia, a las amigas, a todo quisqui que se pudiera prestar a sacar de la chistera un recuerdo en común.

Por supuesto que en lo básico coincidimos, como ya he dicho. Por lo demás, he descubierto que, cada vez que formulo un recuerdo, estoy sola. Como usted, querida lectora, como mi marido, como mi familia, como todo el mundo. Porque resulta que el pasado es una experiencia desesperadamente íntima. 

Desesperada en el sentido del ser social que se supone que somos y, en ese mismo sentido, no me lo creerán, en mi caso, aliviada.

Recuerdo el cielo azul de la infancia, como un pizarrín inmenso, en las tardes de verano.

Recuerdo el frío intenso que me entraba por los ojos, entre el gorro y la bufanda, cuando corría al colegio atravesando la plaza de San Isidoro, aquellas mañanas gélidas de enero.

No recuerdo la voz de mi abuela, pero sí su cara, y su olor, y la textura de la palma de su mano.

Recuerdo la mirada perdida de mis hijos al nacer y el calor vital que desprendían cuando se acurrucaban en mi cuello.

Recuerdo el ruido de las olas y mira que yo soy de tierra adentro.

Y el rumor que hacen las alas de las cigüeñas cuando, al levantarse del suelo, me sobrevuelan tan cerca sacudiendo el aire.

Recuerdo el sonido de la risa que más he querido, que más quiero.

Recuerdo mis paseos por la vida con Telma. A cuál más feliz. Ojalá ella tampoco me olvide allá dónde porras se haya ido.

Recuerdo lo que recuerdo, con exquisita pulcritud, y lo que no recuerdo, todo tuyo: te lo regalo.

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