Hay españoles que me parece encarnan lo mejor que desearíamos para nosotros mismos, que son capaces, con sus obras y sus palabras, de hacer y decir aquello que admiramos y que no está a nuestro alcance. No soy un televidente de acontecimientos deportivos, pero cuando juega la Selección Española un campeonato allende nuestras fronteras, o bien un destacado deportista como Nadal disputa torneos y campeonatos, estoy al tanto del resultado final.
Me molesta sobremanera, y entiendo hemos llegado a unos límites de desafección para con nuestra nación vergonzantes –que no suceden en otros países europeos–, cuando no nos rebelamos ante una alcaldesa, o cualquier mandamás, que coloca gigantescas pantallas en las calles para retransmitir alegatos separatistas, pero las veta ante eventos nacionales. Es este un detalle más, de algo más profundo: la mala educación, la falta de respeto institucional, de una serie de personajes que detentan poder por delegación de nuestra fundamental ‘Ley’ y burlan de continuo su reconocimiento, en una serie de actos que se celebran en su nombre: la fiesta del 12 de Octubre, el 40º aniversario de la Constitución… Algunos deportistas, en este sentido, también muestran desprecio de cuanto les beneficia.
No voy a reparar, de uno de los mejores tenistas del mundo como es Nadal, en sus extraordinarias cualidades deportivas, jalonadas en torneos y campeonatos por los más prestigiados galardones, sino en su don de vida. Hay en su diario acontecer unas pautas de conducta cívica que en ningún momento contradicen sus manifestaciones públicas. Así, en contraste con los interesados, o fraudulentos ‘ronaldos’ y ‘messis’, que arrastran a los estadios multitudes y acaparan, con insulsez, horas y horas de comentarios periodísticos (por tierra, mar y aire), el manacorí cumple fielmente con el fisco español, es decir, es solidario con los conciudadanos de su nación. De la que se enorgullece, y de la que lamenta esa viciosa costumbre que tenemos de menospreciarla y no destacar sus virtudes.
Nadal es un español que conoce el mundo y sabe que algunas de nuestras conquistas, como la sanidad, son excepcionales: «Cuando viajas, te das cuenta de la suerte que tenemos», suele decir. También que son necesarias las reformas para alcanzar una sociedad que atienda más a los desfavorecidos: «Lo importante es que todos queramos un país mejor, más justo y que nos ayude a mejorar», declaraba recientemente al periodista Enrique Yunta; también lo fútil que es, ante los problemas, las discusiones estériles.
Es el suyo un talente positivo, como el de gran parte de esa mayoría silenciada que no acaba de tener fiel representación en la política actual, y a la que se le van coartando sus oportunidades por unos nacionalismos territoriales sectariamente administrados, y con convocatorias públicas excluyentes. Suele repetir, ante los entrevistadores: «Soy como usted, o como cualquier otro». Nada considera excepcional en su vida: ni los triunfos, ni algunas derrotas ante Federer o Djokovic. No se asocia a ese ‘divismo’ con que se prodigan gentes del deporte o del espectáculo: nada en él es impostado o simulado. Cuando, en recientes fechas, el agua anegaba Sant Llorenç, como un vecino más se calzó las botas y se puso a achicarla; se le vio un tanto incómodo al ser descubierto por la prensa; y es que a fin de cuentas había ido, con los ‘amigos de siempre’, a poner su grano de arena ante una catástrofe que atañía a un entorno con raíces familiares.
Es frecuente la costumbre, en los medios, el presentarnos a personas que descuellan en ámbitos políticos, faranduleros…, como dotados de especiales dotes, para la naturaleza, la moda…, cuando fuera de su ámbito su solvencia es mínima; igualmente en cuanto a sus lecturas, entretenimientos… Enlatadas entrevistas nos abruman a diario, sin más provecho que el camelo de aventuras inventadas y la palabrería. Nadal no pertenece a esta especie: celoso de su intimidad, sus gustos son sencillos, su vida familiar, como la de cualquiera de nosotros, sus aficiones, de lo más comunes. Le gusta vivir el mar, la libertad del mar desde su barco, apetencia que ha podido satisfacer.
Como buen maestro, quiere ‘dejar escuela’, por eso en dos continentes ha abierto su singular academia, para el fomento del tenis en los pequeños: Mallorca y Costa de Mujeres (México). Figurémonos que un día en una de esas comisiones de los parlamentarios, en las Cámaras, planteadas casi siempre como un ring, el invitado y árbitro fuera Nadal, y que con sus habituales palabras les comentase qué son para él la vida, la solidaridad, su tierra, la política necesaria para España y los españoles… Sería corta su intervención, con un lenguaje llano, como es su persona, pero propia, sin duda, del sentir de gran parte de la ciudadanía.
Con emoción y naturalidad nos representó, como abanderado, en la ceremonia inaugural de los Juegos de Río, en 2016. Una imagen inolvidable, que repite con frecuencia, con el don de la sencillez, que no es otro, en su caso, que el aprecio por la vida, la estima por sus semejantes, y la humildad de considerarse, como bien dice, un ciudadano más «español y del mundo».
El don de Rafa Nadal
02/03/2019
Actualizado a
19/09/2019
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