Hacía ya algún tiempo que no entraba en uno de los circos romanos actuales, en los que veintidós gladiadores luchan por apoderarse de un balón. Quizás por eso me había olvidado de cómo se vivía ese enfrentamiento en las gradas atestadas de gente de todas las clases sociales. Pensaba que se había rebajado la tensión extrema, con la que no pocas personas viven un partido de fútbol. Pero según lo que pude experimentar hace unos días, poco o nada ha cambiado desde mi anterior visita hace unos años a uno de los coliseos del imperio futbolero.
El único avance significativo que ha habido en el fútbol en España es que la mayoría de los equipos ha dejado de apoyar a los hinchas más radicales y violentos. No fue tarea fácil acabar con sus privilegios, pero se consiguió extirpar este cáncer que tenía ramificaciones hasta los despachos de los clubes. Pero otra historia es lo de gran parte del resto de aficionados, que fuera del estadio tienen sus vidas ejemplares, sus trabajos y sus responsabilidades, pero que una vez toman su asiento se convierten en berserkers, expulsando espuma por sus bocas mientras insultan a todo bicho viviente que se encuentra sobre el césped.
El fútbol es pasión. El fútbol es emoción. El fútbol es rivalidad. Y aunque no queramos reconocerlo, el fútbol, a día de hoy, también es violencia. No física, pero sí verbal. Entiendo que la gente va a un estadio para desconectar noventa minutos de su vida, pero si para ello necesitas insultar a rivales, equipo arbitral o incluso a tus propios jugadores entonces algo falla. O quizás no falla nada y es que el fútbol es y será siempre así. Las medidas que se toman desde los clubes y los organismos de los que depende este deporte son un simple ejercicio de ‘chapa y pintura’ para escenificar que se está haciendo algo. Desde hace un tiempo se tiene la piel muy sensible con los gritos racistas y homófobos, que está muy bien, pero que choca un poco cuando se compara por ejemplo con otros improperios como cuando se le atribuye a las madres de los protagonistas una de las ‘profesiones’ más antiguas de la historia.
Cada cierto tiempo se expedienta e incluso se le quita el carné de socio a algunos aficionados con la lengua demasiado larga. Pero esto es un simple gesto de maquillaje barato, porque si expulsaran de los estadios a todas las personas que recitan bellas palabras como mono, maricón, cabrón o hijo de puta, las gradas presentarían un aspecto desolador. Lo dicho, el fútbol son muchas cosas y quizás, también es eso, aunque no sea muy políticamente correcto reconocerlo.
El fútbol son demasiadas cosas
07/01/2023
Actualizado a
07/01/2023
Comentarios
Guardar
Lo más leído