A veces los dioses castigan a los hombres concediéndoles sus deseos. Hay que tener cuidado con lo que se desea pues, no viendo más allá del puro desear, ignoramos las consecuencias del cumplirse. Ni siquiera los dioses están libres de padecer esta ceguera. Cuentan que Eos, la de dedos de rosa, diosa de la aurora, era rica en amantes, amaba impunemente sin conocer compromisos. Pero un día eligió al amante equivocado. Aprovechando la ausencia de Afrodita, se metió en la cama de su esposo, Ares. Cuando la diosa del amor se enteró –porque al final todo se sabe–, en lugar de castigar a su marido infiel, condenó a Eos a enamorarse de mortales. Y así se fueron sucediendo sus amores que acaba perdiendo: Orión, Céfalo, Ganímedes… y por fin Titono, príncipe troyano, a quién llegó a amar tanto que pidió a Zeus que le concediera la inmortalidad. Zeus hizo inmortal al pobre hombre, sin embargo, Eos había olvidado pedir junto con la inmortalidad la eterna juventud. Titono, ya inmortal, envejecía, se fue arrugando y empequeñeciendo, hasta acabar convertido en minúscula cigarra.
Quizás recuerden que hace un par de semanas hablábamos del empeño de algunos científicos en prolongar la vida hasta el extremo de robarle la guadaña a la dama de negro. Es propio de la naturaleza de todo ser vivo perseverar en su existencia, no dejar de ser. Pero ¿estamos seguros de que no nos arrepentiríamos si viviéramos por siglos y siglos? Preguntada por esto, Adela Cortina, respondió al periodista que ella no tenía ilusión por vivir doscientos años ¿Para qué? Respondía que más valía tener una vida llena, encontrarle el sentido y sacarle todo el fruto. Creo que en esto nos pasa lo mismo que con la comida, que se llena antes el papo que el ojo. Aprendamos primero a vivir la vida que tenemos y luego ya veremos si nos hace falta más. Descubramos la maravilla del instante, que es único y nunca volverá.
Ulises, héroe famoso por su inteligencia, lo sabía bien. Cuando Calipso, enamorada de él, le ofreció la vida eterna para que no la abandonara, Ulises respondió: «No lo lleves a mal, diosa augusta, que yo bien conozco cuán por bajo de ti la discreta Penélope queda. Mi esposa es mujer y mortal, mientras tú ni envejeces ni mueres. Más con todo yo quiero regresar y no me importan los males que me cueste». Comamos lo que tenemos en el plato antes de pedir más.
Y la semana que viene, hablaremos de León.
El papo y el ojo
29/03/2023
Actualizado a
29/03/2023
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