No voy a ser yo el que niegue los beneficios que aporta cambiar de opinión en algún tema concreto. Esto demuestra que no siempre se posee la verdad absoluta y que de vez en cuando nos equivocamos. El problema surge cuando un día sí y otro también variamos radicalmente nuestro parecer. Entonces ya no estamos ante el honorable hecho de rectificar una idea o pensamiento, sino ante la detestable, repulsiva y burda mentira. Quizás siempre haya existido la actual manía compulsiva de nuestros políticos por huir de la coherencia, pero la hemeroteca de hoy en día, apoyada en las nuevas tecnologías e Internet, permite sacar las vergüenzas de unos y otros en pocos segundos.
Lo más patético no es mentir, sino además intentar mutar en cualidad el ‘cabalgar contradicciones’, como una vez dijo nuestro flamante vicepresidente galapagueño. Pero ojo, no cabalga sólo él a lomos del semental ‘Contradicción’, sino acompañado por la inmensa mayoría de los jinetes del picadero de la Carrera de San Jerónimo. Claro que todos vivimos con contradicciones, muchas de ellas sufridas en silencio, pero el problema aparece cuando nos subimos al púlpito y pretendemos sentar cátedra públicamente sobre algo, afeando alguna acción de otros y luego nosotros hacemos lo mismo que previamente habíamos criticado. Y en esto, me tienen que reconocer que nuestros políticos actuales son expertos.
No hace falta ser un erudito para saber que en la ecuación de la contradicción pública hay siempre una mentira. Me da lo mismo si se escupe en el primer enunciado o en el segundo. Lo que está claro es que en una de las dos ocasiones no se dice lo que se piensa. Cabe la posibilidad de que a veces una contradicción pudiera no ser intencionada, pero me van a permitir acogerme a la jurisprudencia patria para poner en duda la falta de intencionalidad de nuestros políticos en el caso que nos ocupa.
Lo más preocupante es que no hay que acudir muy atrás en la hemeroteca para ruborizarse al constatar el pelaje de los que nos gobiernan. En ocasiones, sólo hace falta retroceder unos meses, semanas e incluso días para encontrar la prueba del delito. No es la primera vez ni será la última que se me hincha la yugular mientras tecleo lo peligroso e indignante que es la vacuna que nos hemos inoculado ante el virus de la mentira. Desde las últimas elecciones y hasta hoy mismo hemos sido testigos obligados de muchas de estas contradicciones, que deberían removernos las entrañas, pero que lo máximo que hacen es provocar un pequeño picor más que llevadero. Y lo peor es lo que nos queda por escuchar.
Sería injusto querer que nuestros dirigentes fueran perfectos, cuando nosotros tampoco lo somos, pero de eso a tener patente de corso para ‘cabalgar contradicciones’ creo que hay una pequeña gran diferencia. No sé si coincidirán conmigo, pero quizás igual de importante que conocer los bienes de nuestros políticos, la Ley de Transparencia también podría obligar a que en la ficha pública de cada uno de nuestros políticos se enumeren las mentiras, o si quieren blanquear el término digamos contradicciones, que nos han regalado. Y ya puestos, quizás fijar un número máximo para llegados a él tramitar directamente su inhabilitación, aun corriendo el riesgo de que las instituciones queden vacías cuando los cuatreros tengan que bajar del corcel ‘Contradicción’.
El semental ‘Contradicción’
16/01/2020
Actualizado a
16/01/2020
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