El setenta de Sánchez

Eran las doce menos cuarto y ya estaba vacunada. Solo llevaba en Madrid cuarenta y cinco minutos, pero no quise esperar más para ponerme la primera dosis que tanto tiempo había estado esperando. Una de mis amigas del instituto llegó el domingo a la capital tras haber pasado el verano en Galicia, donde tampoco la dejaron vacunarse, y se fue sin cita al Zendal para hacerlo. Según me ha contado mi abuela, la nieta de una de sus amigas del barrio había estado en Alicante durante los meses de julio y agosto. Acudió a vacunarse allí –al igual que hice yo en Asturias– y la ilusionaron con una lista de espera, aunque jamás le avisaron. Nada más llegar a Madrid en autobús, su padre acudió a recogerla y la acompañó al WiZink Center para ponerse la primera dosis. Somos muchos los jóvenes que hemos querido vacunarnos y no hemos podido: esto no es irresponsabilidad, sino incompetencia institucional.

La incidencia entre los jóvenes ha bajado más de mil puntos en un mes. Justo el que ha coincidido con nuestra vacunación, aunque eso es mejor callárselo y fingir que no hay correlación entre ambos fenómenos. La vacunación está siendo un éxito en España y el pronóstico de Sánchez se ha cumplido: se ha terminado el mes de agosto con el setenta por ciento de la población vacunada. Para mí, esto es un motivo de orgullo. La sanidad pública de nuestro país ha logrado vacunarnos a casi tres cuartos de la población en ocho meses y estamos cada día más cerca de lograr la inmunidad de grupo y de poder convivir con el virus sin que sea tan letal. Por desgracia, hay muchos –generalmente quienes se llenan la boca diciendo que ellos son los verdaderos patriotas– que parecen no alegrarse de estos datos solo porque se ha cumplido la predicción de Sánchez. Nuestro presidente no será santo de devoción, pero esto sí lo ha cumplido junto con las comunidades autónomas y los profesionales sanitarios. Si les duele más no poder criticar esta gestión que los miles de fallecidos a causa de este virus, dejenme decirles que España se les queda muy grande por mucho que se alcen como sus verdaderos defensores.