Un 23 de abril de 1616 murieron los escritores Miguel de Cervantes y William Shakespeare. Por ello se celebra en esta fecha, cada año, el día del libro.
Vivimos en la época de la inmediatez, las jornadas ocupadas al completo y la tecnología. Poco margen queda para dedicarle tiempo a la lectura. Y pocas ganas.
Se está perdiendo, incluso, la habilidad de escribir a mano.
Pasar horas ante las pantallas navegando por internet, visualizando videos o revisando redes sociales, se ha convertido en el principal pasatiempo de niños, jóvenes, adolescentes y cada vez más adultos.
Es uno de tantos cambios a los que estamos asistiendo, que no son necesariamente positivos.
La cultura alimenta la mente y la comida hace lo propio con el cuerpo. Ambas partes deben estar bien nutridas si queremos funcionar de forma correcta, a nivel individual y como sociedad.
Y casi es una obviedad, además de algo que resuena con frecuencia en muchas de las conversaciones cotidianas que mantenemos, que algo está fallando de forma estrepitosa en ese funcionamiento.
Precios que imposibilitan cubrir necesidades básicas como llenar la cesta de la compra, acceder a una vivienda digna o atender a ciertos aspectos de nuestra salud. Aumento del absentismo laboral y del número de trabajadores afectados por el síndrome del burn out o desgaste profesional.
La soledad no deseada, no solo en personas mayores, también entre jóvenes y adolescentes que se sienten aislados en tiempos de la hiperconexión. Algo que puede parecer contradictorio.
Es un hecho el empeoramiento de nuestra salud mental, que en muchos casos se trata de solucionar con fármacos. Pero el elefante en la habitación son los problemas personales y colectivos que existen en el mundo actual.
Cabe preguntarse si habría que tratar de cambiar el mundo para vivir mejor o si es preferible medicarse para poder soportarlo.