Somos conscientes, y lo digo porque siempre hay algún aguafiestas suelto, de que ganar la Eurocopa y Wimbledon no terminará con los muchos problemas a los que nuestro país ha de hacer frente, pero a pesar de todo, elijo la alegría de estos triunfos. Es necesaria. Su aliento y valor es oxígeno incalculable.
Carlos Alcaraz gana su segundo trofeo en Wimbledon y la Selección Española gana la Eurocopa jugando limpio y bonito. Es para sentirse orgullosos.
Como dice un slogan que leí ayer, el equipo gana la copa, la sociedad gana en valores. Y uno de los jugadores, Cucurella, acierta al afirmar que «ahora somos una familia». Este team ganador por el que nadie hubiese apostado hace meses está conformado por un grupo de hombres sencillos, unidos, justos. Y no pasa desapercibido, dado el revuelo que últimamente recorre España acerca de la situación de los menas, que dos jugadores, quizás los más queridos del momento, sean hijos de migrantes.
La bondad de Lamine Yamal, acordándose de su madre en todas sus declaraciones posteriores al triunfo, agradeciéndole su esfuerzo, disfrutando con su hermano pequeño en el césped del campo, no pasaron desapercibidas a nadie. Incluso S.M. el Rey Felipe VI se deshizo en elogios hacia el talentoso adolescente. Y Nico Williams, abrazado también a su madre, que cruzó descalza el desierto desde Ghana hasta España embarazada, son ejemplos de superación y de hasta qué punto cualquier chaval merece, sea cual sea su origen, una oportunidad.
Tuvo que ser un trago amargo para los «voxíferos», tan racistas y xenófobos, tan cristianos por un lado y tan de «cerrar la puerta en las narices al hambriento» por otro.
Claro que no hemos de caer en el buenismo de pensar que todos los menas son ángeles, habrá de todo, como entre los que ya estábamos antes aquí, pero hoy, nadie puede decir que es más español que Nico o Lamine. Que gane la alegría. La alegría, siempre.