No entiende nada. Quizás sea por la edad. Lleva muchos años tras de sí, pero ni su larga vida le permite comprender qué está pasando. Se siente sola, tanto por dentro como por fuera. Siempre le ha encantado sentirse observada por la gente que se cruza en su camino, pero ahora no siente ningunos ojos fijándose en su esbelta figura. Sabe que el paso de los años hace mella, pero aun así se sigue sintiendo atractiva.
Su otro vicio confesable, espiar a las personas de todo sexo y condición, también le ha sido arrebatado. Disfrutaba mirando furtivamente cómo una pareja de jóvenes se besaba como si no hubiera un mañana mientras se juraban amor eterno, sin saber que lo más probable es que sus mañanas discurrieran por caminos separados. No le disgustaba tampoco detener su mirada en personas como ella, de avanzada edad, que sentadas o caminando a paso lento dejaban volar su imaginación a tiempos pasados, los que no siempre fueron mejores. Lo que no soportaba, bajo ningún concepto, eran los niños armados con un balón. Estos se convertían en ocasiones en francotiradores para todos los que estaban a su alrededor y ella no era una excepción, por lo que no eran pocas las veces que se había llevado un balonazo. No sabe si estará perdiendo la cabeza, pero hasta echa de menos esas bofetadas redondas de cuero.
La última vez que vio algo similar a la situación tan extraña que lleva experimentando desde hace semanas fue hace más de ochenta años, cuando en nuestro país se derramó sangre en un homenaje a la barbarie patria y en la que millones de españoles se encarnaron en Caín y Abel. Pero lo de ahora no es igual. Menos mal. Y eso que se llevó un susto cuando vio pasar por su calle vehículos del ejército escoltados con soldados a pie. Eso sí, la sensación de miedo desapareció cuando se percató de que los militares no llevaban sus armas reglamentarias.
Cada mañana amanece optimista, esperando ser testigo de la vuelta a la normalidad, pero su sueño se convierte en pesadilla cuando un día tras otro observa que ahí fuera sigue todo igual, o lo que es peor, parece complicarse aún más. Al principio eran pocos los que ocultaban su boca tras una mascarilla, pero paulatinamente esas dichosas mascarillas han ido ganando terreno hasta convertirse prácticamente en indumentaria obligatoria.
Sabe que es afortunada porque todavía sigue en pie. No duda de que aunque muchas de las personas con las que se ha cruzado a lo largo de su vida no superarán este trance, ella por su fisionomía seguirá adelante. Pero eso no es un consuelo. Sólo espera que más pronto que tarde todo se normalice y vuelva a ser testigo de los besos desenfrenados de los adolescentes y de los abrazos de viejos amigos que se reencuentran a su lado.
Para más inri y por si fuera poco el desasosiego de las últimas fechas, este fin de semana ha perdido a quien desde hace seis años se convirtió en su amigo, confidente y protector. Eso era él para ella. Porque esas tres cosas empequeñecen sin duda el cargo que ostentaba y por el que comenzaron su relación. Y es que a la Pulchra Leonina no se le ha muerto su deán, sino su compañero de viaje, Antonio Trobajo.
Y mientras tanto, ella, la Catedral de León, sigue mirando al exterior desde sus lentes de colores sin igual, rezando para que no esté ocurriendo lo mismo que pasó allá por 1918 cuando la mal llamada gripe española diezmó a la población. Porque de nada vale que ella luche desde hace siglos para permanecer radiante, si no hay ojos que la miren y los pocos que se fijen en ella estén llenos de miedo y dolor.
Ella también se siente sola
16/04/2020
Actualizado a
16/04/2020
Comentarios
Guardar
Lo más leído