¿Cuántas veces habéis oído aquello de «¡estás empanao!» o «¡vaya empanada tiene el colega!»? Es un latiguillo incorporado a nuestro lenguaje cotidiano y que viene a significar lo mismo qué el cazurro «¡Estás en Babia!»: hombre, o mujer, qué no se entera de nada, que no sabe ni lo que vale un peine. Y digo yo, ¿pero qué han hecho una delicia culinaria y una de las comarcas más hermosas de nuestra provincia para merecer tal agravio?; porque, no nos engañemos, los utilizamos de forma totalmente despectiva.
La empanada, la auténtica, la fetén, está hecha con pan; la de hojaldre y la de masa filo es propia de los orientales, de los griegos y de los turcos y va ganando terreno poco a poco en nuestra cocina, lo que es un error mayúsculo. La empanada, en España, tiene dos patrias: Galicia y el Bierzo; como la queimada, que también tiene discutida su procedencia original entre los gallegos y los bercianos. Pedrín Trapiello me aseguró un día que la queimada era leonesa, porque era la única forma de poder beber el orujo que dan los hollejos de nuestra vides, que tienen una graduación mínima del sesenta o setenta por ciento de alcohol. Con esa potencia hercúlea, ¡a ver quién es el guapo que se mete una copa de orujo entre pecho y espalda! Según Pedro, en la Guerra Civil, un berciano que luchaba en el frente de Gandesa (primera linea de fuego), tuvo la maravillosa idea de quemar el orujo de su padre para rebajar su grado y así nació la queimada. También me juró que esto era cierto Laudino García, el eterno alcalde rojo de Igüeña, y me contó, con toda la sorna de la que era capaz (que era mucha), la vez que estuvo en Cuba y les preparó una queimada con embrujo y todo. La cara que debieron poner los hijos de Fidel al probarlo tuvo de ser épica… Pero volvamos a lo de la empanada, que me esnorto… La berciana, exquisita, se forma con una capa de pan en la que se meten cebolla pochada, acelgas entrecalladas, patata cocida y un poco, poco, de chorizo y de carne de los retales del cerdo. Se tapa con otra masa de pan, se le hace un hueco en el medio y se hornea. Está tan deliciosa que José Luis Prada vendió tantas que pagó la primera ampliación de La Moncloa con ella. En su carta, y en todo el Bierzo, se llama ‘Empanada de Batallón’. Como véis, es un plato de supervivencia, de los que arrebañan todo lo que se puede echar a perder de nuestra despensa. Luego, con el tiempo, se hacen de mil o más tipos. Si vais por Ponferrada, a diez metros de Ayuntamiento, encontraréis la Panadería Liébana y, si os gusta la empanada, estaréis en el Paraíso, en los Campos Elíseos o en el Valhalla. Uno, que es un sibarita sin posibles, cuándo está allí, siempre compra la de pulpo: un lujo oriental sobrevenido a nuestra tierra. Y luego, Babia. Estar en Babia, cuando León pintaba algo en el embrollo que es España desde tiempos inmemoriales, era estar en el lugar preferido por nuestros Reyes para desconectar, para olvidarse de los moros, de las guerras, de las intrigas de palacio. Es tan extraordinaria su belleza qué allí se relajaban y «estaban en Babia», sin pensar en el mañana, en los horrores de la Corte.
Por todo lo expuesto, uno no logra comprender como ambos términos han perdido su verdadero significado y se han vuelto peyorativos. Es cierto que nuestros políticos, nuestros periodistas de cabecera, nuestros opinadores sin ninguna vergüenza, parece que sí están ‘empanados’ o en ‘la luna de Valencia’, que estoy harto de poner Babia. A título de ejemplo actual, no hay más que ver lo que dice toda esta banda de lo que están pasando en Palestina. El noventa por ciento de ellos opinan que toda la culpa es de los palestinos y de la incursión que hicieron en Israel el 7 de octubre pasado. Ya dijo el otro aquello de que «no hay peor ciego que el que no quiere ver». Se olvidan de todo lo que los judíos llevan hecho durante los últimos sesenta años, que es, negro sobre blanco, la masacre de un pueblo. Y, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolor, el Estado de Israel está, en esto mismos momentos, cometiendo un genocidio de manual contra ese pueblo mártir. Pues no: la gente que manda y opina nos quiere hacer creer a toda costa que los israelitas sólo están defendiéndose y que los agresores son los «otros». Lo más jodido es que los yanquis los apoyan a muerte, nunca mejor dicho. Y los europeos, comenzando por los alemanes, que tienen el estigma de holocausto marcado a fuego en su piel, también. La historia es muy manipulable, todos los sabemos. A lo mejor se les olvida, a los alemanes, digo, que el ochenta por ciento de los que padecieron aquel holocausto vivían en el este de Europa, sobre todo en Polonia y en la URSS. Eran polacos, ucranianos, bielorrusos y rusos y estorbaban porque vivían en el territorio natural de expansión de los nazis, su famoso «espacio vital». Por cierto: sus mayores colaboradores fueron los ucranianos (de aquellos polvos estos lodos), los estonios y los letones.
Cada pueblo tiene lo que se merece y el nuestro es la evidencia de esa verdad. No creáis ni una palabra de lo que dice el Gobierno y de lo que diga la oposición: son tal para cual… son tal para cual. Salud y anarquía.