Cerré el verano,
doblé la maleta con la última luz.
Aún siluetas oscuras
en el rombo del alféizar.
Me pareció ver,
ensimismada,
la sombra de mi madre.
Ausente como una lágrima.
El tiempo traza pausas
y erosiones.
Al fondo,
cruzando el patio,
se oyó el silbato prístino
de un tren sin viajeros
y los niños,
cual centellas,
iluminaron de dulzura los abedules.