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En busca del tiempo perdido

05/04/2025
 Actualizado a 05/04/2025
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A lo mejor se los llevaron de madrugada, subrepticiamente, en la nocturnidad sutil que aquieta los paisajes y propicia la clandestinidad. En pleno invierno, en una de esas noches u oscuros días en que los montes devuelven el eco opaco de la nostalgia de la nieve ausente ante una lluvia usurpadora. En uno de esos atardeceres de fango brumoso en que los valles se tragan la vida para masticarla en sus entrañas.

Se los llevaron, dejando las cuencas de los relojes vacías. Los ojos hueros de las estaciones donde nuestro tren se detiene, cuando le dejan. Y en vano las miradas de los viajeros, inasequibles al desaliento, buscan ahora la referencia del tiempo cuando pretenden huir de las pantallas. Pero al tren de Matallana le han secuestrado los relojes que marcaban sus devenires, andenes desnudos, cada vez más, ahora agujereados por la ausencia de los guardianes del tiempo. Sumideros vacíos, ojos hueros por donde se cuelan los recuerdos de los que allí se despidieron y aún se despiden de sus hogares en cada partida.

Porque ahora, al mirar a lo alto en búsqueda del tiempo que marcaban los relojes de esas estaciones, aun cuando estuvieran detenidos, ya no están las esferas blancas con sus guarismos negros, engarzadas en sus armazones férreos con filigranas florales art decó. Y sus elegantes agujas negras que marcaban el paso del tiempo. Ahora las miradas se derraman colándose al otro lado de las circunferencias, que son los marcos de paisajes petrificados en una especie de parálisis sin retorno. 

Se ha perdido el tiempo, dormido quizá en uno de esos almacenes en los que los despachos deciden arrinconar el patrimonio que sobra y que nunca retorna, si acaso lo despiertan, si hay suerte, para anidar en un museo, donde luchan contra la evaporación del pasado. 

¿Dónde se han llevado el reloj de La Vecilla, el de Matallana, el de San Feliz?¿Son infelices acaso los viajeros que pretenden recuperar el tiempo perdido?

Pero la montaña solo hiberna y en primavera recupera el pulso de los días que también marca el paisaje, y el paisanaje, que se recupera de su ausencia al golpe brusco del cencerro firme, o la carraca que cacarea, caceroladas, que este domingo saldrán en manifestación en defensa de la FEVE, para pedir que vuelva el tren. 

Porque es tiempo de pedir lo que nos hurtaron a escondidas. Como decía Marcel Proust en ‘En busca del tiempo perdido’, «el tiempo fluye entre nosotros como el agua entre las piedras, sordo y sin retorno».

Solo un pueblo de mente nítida puede devolvérnoslo en forma de nostalgia activa. 

Queremos los relojes, no merecemos ojos hueros en las estaciones. Necesitamos recuperarlos, al tren y a ellos…¡no hay tiempo que perder!

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