Se hace inevitable escribir sobre lo que ha sido calificado como el mayor desastre natural de la historia de España. Una Dana que ha destruido pueblos y ciudades de la Comunidad Valenciana, de Castilla-La Mancha o de Andalucía.
La lluvia torrencial arrastró casas, coches, edificios, carreteras, suministros de agua, electricidad, comunicaciones…
La naturaleza es incontrolable. Pero lo que no tiene nombre ni justificación son las víctimas humanas, miles de desaparecidos y más de 200 fallecidos en unos escenarios apocalípticos.
No se entiende, en el lugar y época en que estamos, por qué ha tenido semejantes consecuencias un fenómeno conocido, habitual y predecible.
¿En qué país vivimos?, ¿cómo ha podido ocurrir algo así? o ¿de verdad nadie pudo evitar la tragedia, o reducir su magnitud?
Estas son las preguntas más repetidas en los últimos días.
Inacción, falta de coordinación de las administraciones, fallos en la adopción de medidas y retrasos fatales en los avisos a la población. En resumen, una gestión más catastrófica aún que la propia Dana es lo que ha generado este letal resultado.
A la hora de ofrecer la ayuda necesaria a todas esas zonas afectadas, más de lo mismo. Las diferentes autoridades son incapaces de ponerse de acuerdo y actuar. Mientras pasan los días, no terminan de decidir quién tiene competencia y quién no para enviar o rechazar esa ayuda en forma de bomberos, militares, policías, maquinaria y demás efectivos.
Como si a las personas que se encuentran en la calle, se han quedado sin nada, o están a la espera de encontrar o poder enterrar a sus familiares, les importase lo más mínimo de dónde provengan los recursos. Han sido los voluntarios quienes, sin dudar un momento, se han organizado para echar una mano. Bochornoso.
El domingo los reyes, junto con los presidentes de la generalitat valenciana y del gobierno, visitaron uno de esos lugares. Los vecinos plasmaron su impotencia e indignación lanzándoles varios objetos y barro. No se puede decir más claro.