En nuestra aldea crece la niebla. Es lo que mejor crece, mejor que los tomates, que los calabacines, y casi igual de bien que la berza. Crece la niebla en las mañanas de agosto, y no siempre da el mismo fruto. A veces la niebla baja desde la cumbre del Aramo como si se derramara. A veces hay manchas de niebla entre los valles como un inmenso juego de ajedrez, esta casilla sí, esta no.
Entre la niebla suceden cosas. Escucho a nuestros vecinos pasar. Suben la empinada callejuela y tiran de una enorme caja sobre ruedas. Se detienen un momento a coger aire, me asomo, ¿os echo una mano? El clavicordio, dicen, venid mañana y lo tocamos. Veo la caja desaparecer entre la niebla.
Al día siguiente subimos a su casa, porque en nuestra aldea siempre se sube o se baja. Como la niebla. El clavicordio ocupa una esquina del salón, junto a la ventana. Es un objeto bellísimo, grácil, de madera color miel. Las teclas son suaves y delicadas. Un gato atigrado se recuesta sobre la tapa. Abrimos una botella de vino. Nuestro vecino se sienta a tocar. Suena a Bach, le digo. Lo compuse yo, contesta. Nuestro vecino Jörn compone música barroca. Nuestra vecina María toca el violonchelo y el violín. Jörn se levanta y aparece con otro instrumento, una zanfoña. María dice, media hora afinando, diez minutos tocando, y se ríe. Él gira la manivela y un sonido antiguo y primordial se extiende por el salón y sale por las ventanas y se derrama por el valle. Como la niebla. Jörn dice, en la aldea de al lado me escuchan cuando toco. Jörn es alemán, María, española. Viven en Holanda durante el año; en esta aldea asturiana en verano. Jörn dice, desde que descubrí a Bach en la infancia supe que quería componer como él. María dice, a Jörn solo le interesa el siglo XVII y XVIII, escucha música de esa época, lee sobre esa época, tiene libros de cocina de esa época y… ¡prepara las recetas! Se ríen los dos. Después María abre la funda del violín para enseñárselo a Pequeño Zar. Pulsa las cuerdas. En un momento hay tres instrumentos en esta habitación, y la niebla rodea la casa y pienso, estamos dentro de un lugar especial, lejos de pantallas y móviles y noticias feroces de telediario, un lugar donde sucede la belleza y, cuando salgamos de la niebla, este lugar desaparecerá como un sueño.
Volvemos tarde a casa. La niebla se ha adensado. Se escucha el cri cri de los saltamontes en la oscuridad, frotan sus patas traseras con sus alas. Se escucha el chillido del ratonero adulto y la contestación más aguda del volantón. Ellos también hacen música, la música de la montaña. Humanos y no humanos tocamos juntos. No estamos tan solos entre esta niebla.